viernes, 13 de septiembre de 2013

De los "nacionalismos excluyentes" y sus aparatos de exclusión

Está de moda hablar después de la Diada catalana de los "nacionalismos excluyentes", muy especialmente en lo que se refiere al nacionalismo catalán o al vasco, aunque también el gallego está empezando a entrar -con consecuencias penales graves- en esta peligrosa categoría.  Creo que vale la pena dedicar un tiempo de reflexión a esta expresión, pues refleja a la vez una evidencia y toda una serie de falsas inferencias que pueden dar origen a graves confusiones. La evidencia es que toda identidad excluye, pues distingue un grupo de individuos que satisfacen la propiedad X de los demás que no la satisfacen. Las inferencias habituales son que el cultivo de estas identidades genera necesariamente odio e incomprensión entre los distintos grupos étnicos y culturales y que más vale aceptar como exclusivas o al menos hegemónicas las identidades mayoritarias, pues ello nos permite una mejor comprensión y una cooperación más fluida entre gentes de diversos grupos.

La exclusión del otro tiene muchas formas. Las más físicas son el campo de concentración y el gueto, preludio a menudo de esa exclusión absoluta que es el exterminio, pero existen otras más sutiles. Desde la universidad de pago, el desahucio o el desempleo a Auschwitz, pasando por los muros, el apartheid y las leyes de extranjería, existen muchas formas de exclusión del otro. La lengua, como rasgo más evidente de un grupo nacional es un medio de exclusión, pues constituye una comunidad de hablantes excluyendo a todos los no hablantes. También existen comunidades políticas integradas bajo la forma Estado que crean derechos diferenciados para los distintos habitantes de un territorio. La exclusión del otro parece tener que ver con la identidad, pero no con cualquier identidad. Solo hay exclusión en la medida en que la identidad de los individuos de una sociedad es creada y reproducida por los aparatos ideológicos de un Estado como una identidad de sujetos propietarios. Sin ello la identidad no se presenta en sí misma como una sustancia aislada sino como una diferencia respecto de otras diferencias. Ahora bien, la diferencia no se dice de lo que no tiene nada en común, sino a partir de lo común. La exclusión del otro no procede de lo común, sino de la liquidación de lo común por los aparatos de Estado que defienden a distintos niveles y en distintos terrenos (público, privado etc.) la propiedad  y hacen de la identidad una sustancia separada que se puede o no poser en lugar de una relación, una diferencia. Por definición, la propiedad, tanto privada como estatal, supone apropiación de una cosa por un sujeto y exclusión del otro, una exclusividad de disfrute. Ser propietario es poder excluir al otro del disfrute de lo que podría ser común.

Como sostiene Spinoza, "La naturaleza no crea naciones, crea individuos que solo se distinguen en diferentes naciones por la diversidad de la lengua, las leyes y las costumbres. Solo de estas dos cosas: las leyes y las costumbres derivan para cada nación un carácter particular, un modo de ser particular y determinados prejuicios particulares." (Tratado teológico-político, cap. XVII).  La nación no es así ninguna realidad natural sino un hecho cultural y político. Existen naciones -en sentido moderno- cuando un Estado normaliza a su población según determinados criterios, permitiendo de esta manera la reproducción del orden social dominante. Esta normalización se materializa en la producción de sujetos, esto es de individuos que "libremente" se reconocen en una identidad y reproducen un orden social determinado. El sujeto de quien se predica una determinada identidad nacional, religiosa, cultural, política, etc. (el español, el catalán, el católico, el fascista...) es producto de la ideología en la que se expresan -como un conjunto relativamente coherente de significantes- los elementos de su identidad y su conciencia. La ideología, en las sociedades de clase, existe en tanto está materializada en lo que Louis Althusser denominaba "aparatos ideológicos de Estado": familia, escuela, Iglesia, medios de comunicación, etc. que son su soporte y principal vector y constituyen como tales a los sujetos inscribiendo en su cuerpo los significantes de una determinada ideología junto con sus ritos, sus gestos etc. Hacen de este modo que se reconozcan en una identidad y se conduzcan conforme a ella, pero también los distinguen simultáneamente de los que no pertenecen al grupo definido por esa identidad. Lo que está en juego en los aparatos ideológicos de Estado son los afectos humanos y, en concreto, los afectos pasivos, las pasiones. Estas no son ni altas ni bajas sino efectivas, productoras de efectos en los sujetos y del propio sujeto como efecto. La identidad nacional se basa en una serie de afectos asociados al conjunto de significantes de una ideología.

En el caso español, los distintos aparatos ideológicos del Estado crean la subjetividad, la identidad española, a partir del anticatalanismo y el antivasquismo -secundariamente, de cierto desprecio e ignorancia de los gallegos y andaluces-, además de otros elementos como un catolicismo superficial, la afición al fútbol, cierta reverencia hacia los toros y algún otro elemento folklórico, sin olvidar, la condena del "terrorismo" y de "la violencia venga de donde venga", el respeto al "modelo de convivencia plasmado en nuestra constitución" y nuestra "ejemplar" transición que nos ha permitido -según dicen- tener una democracia sin romper con una sangrienta dictadura. Desde el punto de vista educativo, los distintos aparatos españoles descuidan casi enteramente la historia del país así como la cultura de expresión castellana (que no era la cultura de ninguna nación sino de un Imperio hoy -casi- difunto) mientras que, sobre la historia y la cultura de las nacionalidades no hispanohablantes, guardan un denso y "respetuoso" silencio. La implosión progresiva del  Imperio español -que como todo imperio no es una realidad nacional- ha dejado a España prácticamente sin otra identidad que el odio a las nacionalidades no castellano-hablantes. La derrota de la República en los frentes y en las cunetas de la matanza colonial perpetrada por los generales africanistas ha cerrado, por otra parte, la puerta a cualquier intento de crear una identidad basada en el "patriotismo constitucional". Quien con la actual Constitución derivada de la legalidad franquista lo ha intentado se ha cubierto de ridículo.

Del lado catalán -y vasco- no hay, sin embargo, una situación simétrica a la que se da en el nacionalismo español. Existe una reivindicación nacional que mezcla pasiones tristes como el resentimiento, el victimismo y exclusión del otro con elementos sustantivos de recuperación de la lengua y cultura propias y formas de solidaridad y de resistencia a la opresión a menudo mistificadas. España, concebida como un sistema de aparatos ideológicos y represivos de Estado no es un ente difuso sino una realidad material que produce efectos muy concretos: los sujetos que se reconocen como "españoles". Las nacionalidades del Estado español se han sustentado por su parte en aparatos de subjetivación de otro orden como la familia, la Iglesia, las distintas asociaciones culturales y desde los años 70, los aparatos educativos autonómicos, aparatos todos ellos subordinados a los aparatos hegemónicos españoles. La identidad, pues, no es una cuestión de caprichos, de "mentalidades" de las personas o de los políticos, sino de formas concretas de organización política y de hegemonía, de aparatos de subjetivación/sujeción y correlaciones de fuerzas. Estos aparatos y estas correlaciones de fuerzas no son ni naturales ni eternos, sino tan precarios como las circunstancias históricas que los producen. No cabe descartar, por consiguiente, que las identidades y las diferencias coexistan de manera no opresiva ni violenta, pero esa coexistencia requiere una base social y una organización política distintas de las que hoy conocemos no es posible en un Estado (un régimen de la propiedad) sino en una comunidad política fundada en la producción y el despliegue de los comunes. Solo en ese contexto podrán formarse sujetos que den prioridad a las nociones comunes sin abolir las diferencias, sino recurriendo a ellas.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Disneylandia: una utopía inmunitaria

(English translation in Guerrillatranslation. We thank Stacco Troncoso and Jane Joes Lipton respectively for the fine translation and the accurate editing)
He tenido recientemente ocasión de ir con mi compañera y nuestros dos hijos a Disneyland (París). Aparte de las diversiones que sin duda ofrece ese amplio compendio de atracciones de feria, es una curiosa experiencia visitar un muy particular pedazo de América trasplantado en una zona rural al este de París. Lo primero que llama la atención es el hecho de que el parque esté situado en un lugar vacío, literalmente en medio del campo. Esto refuerza la impresión de americanismo, pues los Estados Unidos cultivaron siempre el mito, estrictamente utópico, de un país creado a partir de la nada donde era posible implantar una nueva sociedad que fuera la expresión pura o la pura expresión de unos principios éticos y políticos. Disneylandia es una isla de Utopía: ya lo es en Florida y en California, pero cerca de París, ese símbolo de la plétora de historia que caracteriza a Europa, el contraste entre el Nuevo Mundo y el Viejo se agiganta.




Dentro del parque Disney, la historia está presente, muy presente, pues existen decorados más o menos realistas de todas las épocas y lugares: un poblado del oeste, un barrio de Hollywood, un castillo medieval fantástico que domina la perspetiva de la calle principal, una zona de tipis indios, un zoco árabe de fantasía.. Hay mucha historia, pero toda ella es de cartón piedra, toda ella es historia representada por una serie de tópicos. Una historia-espectáculo sin tiempo: una historia en la que el tiempo se ve sustituido por un espacio vacío e indiferente en el que tiene lugar la sucesión arbitraria de los parques o subparques temáticos. La historia en Disneylandia es una historia ajena de la que hay que saber tres o cuatro cosas que permitan decir: esto es el Oeste, esto el Oriente de Aladino (o Aladdin), este el poblado indio de Pocahontas. A partir de esa esquematización de la historia, es posible lanzarse a fantasías sin freno, pues la realidad ha dejado de ser un obstáculo: muchos mundos definidos por tópicos caben en el universo de Disney. La historia se convierte en el marco de historias, de fantasías varias a través de las cuales se abre paso la realidad de la vida norteamericana actual. La variedad, privada de su dimensión real, de lo que escapa a los significantes de la narración, se convierte en repetición de lo mismo.

En estos distintos marcos de historia irreal y atemporal, esperan al visitante una serie de emociones. La principal es la emoción física de la montaña rusa (el "roller coaster"), declinada al infinito en distintos decorados "temáticos", con distintos niveles de "riesgo" y con distintos grados de vértigo y sacudida. La estructura es siempre la misma: una subida y una caida, seguida de vueltas, a menudo muy violentas, en algunos casos, en el límite mismo de lo que se puede aguantar antes de ceder al pánico. Pero en el mundo de Disney no hay nada que temer, pues todo está bajo control: todo está securizado (securized) como la Zona Verde de Bagdad o un vehículo blindado de las tropas de ocupación.

Fascina el modo en que se llega a controlar blanda y hasta amablemente a la masa de visitantes: atraídos por las "atracciones", estos acuden a sus inmediciones y forman espontáneamente filas, a menudo muy largas que discurren por unas barreras metálicas que dan vueltas sobre sí mismas para contener y separar a la masa que espera su turno. Son dispositivos que recuerdan a los que se usan en los mataderos para conducir al ganado o los que canalizan en las fronteras sensibles de la UE los flujos de personas a fin de distinguir a los elegidos que tienen documentos y dinero de los réprobos que carecen de ellos. La gran diferencia es que aquí se viene voluntariamente y se paga. Algo inquieta en este orden que se impone solo, sin recurrir casi al lenguaje, en ese modo de canalizar los flujos de la multitud de modo que se convierta en masa. Una curiosa autogestión sin palabras, mediada por las barreras metálicas. Una autista de alto nivel, Temple Grandin, ideó una serie de dispositivos de contención de ganado que se utilizan hoy en muchas explotaciones. Son dispositivos que no necesitan ninguna palabra, solo una determinada disposición de los elementos metálicos en los que el animal queda contenido y por los que puede moverse en una sola dirección. Afirma Temple Grandin que, como autista, piensa "sin palabras y de manera visual" y que, por consiguiente, cuando concibe una estructura, "todas las decisiones se representan en mi mente en forma de imágenes". Sin una sola palabra, sin relación al otro del lenguaje a ese otro a quien se puede pedir u ordenar algo, sus dispositivos canalizan eficazmente y sin violencia al ganado y a las personas.




La cola es un elemento fundamental de la atracción. En primer lugar porque discurre, pasado un primer tramo donde solo hay barreras de metal, por una zona temática. Alguna es divertida, como el aeropuerto espacial de la Guerra de las Galaxias donde los robots de las películas de Lucas acogen a los vistantes que esperan su turno y las paredes exhiben con bastante humor publicidad turística de otros mundos, o la recreación de un puerto en la atracción de Nemo. Es importante que mucha gente espere, pues sin colas, las atracciones son muy breves (entre 2 y 5 minutos) y el visitante podría recorrerlas todas en pocas horas. También es importante que se hagan colas largas, pues el mero hecho de hacer cola confiere valor a la atracción: se oyen comentarios admirados sobre colas de una e incluso de dos horas. En una lógica de mercado algo escaso y difícil es valioso, aunque, al final, todo sea una declinación de lo mismo: la montaña rusa o sus sucedáneos. La imitación de los afectos  es el fundamento principal del valor de estas atracciones: las deseamos porque el otro las desea, lo cual nos permite no ver su carácter repetitivo y hasta tedioso.

El contenido mismo de las atracciones "estrella", que en su gran mayoría son experiencias de caída en el vacío, es una experiencia del terror en estrictas condiciones inmunitarias. Se puede asistir, por ejemplo al choque de una nave espacial contra un asteroide, desde dentro de la nave, sin que pase nada: solo algún pequeño temblor del suelo, algunas luces e incluso llamas, pronto apagadas por unos aspersores de agua. También puede vivirse la caída de una ascensor en el vacío, sin que pase nada. En las montañas rusas, se dan vueltas de 360 grados quedando en varias ocasiones cabeza abajo o se ve uno sacudido o aplastado contra las paredes del vehículo por los bruscos y veloces giros, sin contar las caídas en picado. Todo muy impresionante, todo inocuo. Y es que la lógica de la contención también se aplica aquí. Los pasajeros están atados y retenidos por dispositivos que impiden su movimiento o que amortiguan casi por completo los posibles golpes. Uno vive estas experiencias que podrían en condiciones normales ser mortales dentro de un dispositivo de seguridad al que queda completamente acoplado el cuerpo. Uno hace cuerpo con la máquina y es protegido por ella: de ese modo puede contemplar el vacío o sentir el vértigo, o sentir incluso cierto terror...sin ningún temor. En Disneyland no pasa nada: todo está bajo control. Basta confiar en un poder bondadoso que, para divertirnos contiene nouestros movimientos mediante dispositivos eficaces. Se pueden así vivir fantasmas de destrucción y de muerte de forma perfectamente segura. El fantasma, afirma Jacques Lacan, es un "ventana sobre lo real", esto es sobre lo insoportable, en particular, la muerte y la castración. El fantasma es el dispositivo que incluye elementos imaginarios y lingüísticos por el que podemos tener un a modo de acceso a lo real. Los sistemas de seguridad de Disney son materializaciones del dispositivo fantasmático. Gracias a ellos quedamos inmunizados ante el terror: entrevemos a través del fantasma lo insoportable, pero sin que nos afecte realmente. Es la lógica de la inmunidad a que se refiere Alain Brossat en La democracia inmunitaria, ese tremendo retrato de nuestra sociedad como un mundo ajeno al dolor y a la muerte ajenos y propios.



A la entrada de una sección del parque, se encuentra el agotado visitante con una estatua del fundador de esta gran utopía de la emoción inmunizada, el inefable Walt Disney. Vestido con americana, sonriente, tiende una mano hacia adelante, invitando a entrar en su reino, mientras da la otra al ratón Mickey. Imposible no comparar esa imagen con las que de Lenin o Stalin proliferaban en el paisaje urbano de la antigua Unión Soviética u hoy mismo en la Corea del Norte. Tienen estas sociedades que creyeron o creen en la totalidad y en el fin de la historia mucho en común con el ensueño de Disney: como en el mundo de Disney, se trata de crear todos cerrados donde no pasa nada. De todas las ínsulas utópicas, la fantástica y comercial de Disney, ese eficacísimo aparato ideológico del más fiero americanismo plantado hoy en el corazón de Europa, parece ser la que mejor sobrevive: tal vez porque se encuentra rodeada de ese gran océano neoliberal en el que decían algunos que había venido la historia a acabarse. No nos engañemos: no es más que un fantasma. Disney invita a vivir el desastre sin que pase nada, a contemplar con inocencia la inminencia de la catástrofe, nos invita a imaginar la muerte o el fin del mundo. Pero todos estos fantasmas protegen a la utopía de Disney y al piélago neoliberal que la rodea de una representación mucho más intolerable para ellos que el fin del mundo: el fin del capitalismo. Este es el único producto que no nos pueden vender.

lunes, 19 de agosto de 2013

¿Corrupción?


(Publicado en Las Voces de Pradillo)

1. La actual coyuntura política española está marcada por el tema de la corrupción de la denominada « clase política » en la que ocupa hoy el primer plano la dirección del Partido Popular. Los papeles y SMS de Bárcenas junto con otros posibles elementos probatorios han evidenciado la existencia de una amplia trama de financiación ilegal del PP y de corrupción de sus dirigentes. Llama la atención a este respecto la exiguidad relativa de los sobresueldos cobrados por Mariano Rajoy y otros dirigentes : más que una participación en los gigantescos beneficios de las empresas a las que favorecen, estos sobresueldos -de pocos miles de euros- constituyen a su escala una modesta propina. Esto nos muestra que el verdadero poder social, el de la oligarquía financiera no trata a los políticos y gobernantes como socios, sino como lacayos. El actual gobierno español, al igual que la mayoría de los gobiernos de los actuales capitalismos democráticos no es ya en modo alguno « el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa » como sostenían Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista. En el auténtico Consejo de administración no tienen cabida estos personajes secundarios que son los « políticos », no hay lugar para un Rajoy ni para un Rubalcaba : estos ya no deciden gran cosa y se limitan a cumplir las órdenes que emanan del auténtico lugar de la soberanía, que hoy está situado en los órganos de administración del capital financiero. Los auténticos amos recompensan modestamente a sus lacayos. La unidad de la clase burguesa, la unidad del mando capitalista no se realizan hoy en parlamentos y gobiernos, sino en los mercados financieros y sus diversas instituciones.
2. La corrupción, es una marca de la subordinación de los gobiernos a la soberanía efectiva. Hay quien contempla la corrupción como un problema moral ; loe ciertamente, pero es sobre todo un problema político. La propina que el capital financiero da a sus servidores es una ínfima parte de la riqueza social que se apropia. Basta comparar las cuentas de Bárcenas, que ascienden a pocos millones de euros con los 250.000 millones de euros del rescate de la banca pagados con cargo a la hacienda pública o con los beneficios de las grandes empresas, o con el importe de los recortes en salud, educación, cultura, etc. destinados al pago de una deuda ilegítima, pero legal. La ilegalidad que entraña la corrupción es ciertamente llamativa, pero esconde tras de sí un gigantesco montaje de explotación y de expropiación de bienes públicos perfectamente fundada en derecho. Más allá del pequeño bandidaje de la corrupción existe una auténtica dictadura de clase, una dictadura que es legal porque determina a través de su Estado las leyes vigentes.
3. El capitalismo, a diferencia de los regímenes sociales anteriores, no identifica la dominación social con el poder político. Los propietarios de esclavos o los señores feudales se apropiaban el excedente producido por los trabajadores a través de formas de dominación y de violencia directas. El amo tenía derecho al excedente social como amo o el señor como señor, en cuanto titulares de un poder social directo, de una capacidad directa de ejercicio de la violencia. El capitalista, sin embargo, se apropia el excedente al margen del poder político y de la violencia, en el marco de un sistema económico que se presenta como autónomo y « autorregulado ». El poder político, por su lado, pretende ser la representación de un interés general que corresponde por igual a explotadores y explotados. Existen así un sistema jurídico-político y un sistema económico separados.
4. En los primeros tiempos del Estado liberal, los que conocieron Marx y Engels, la representación política era censitaria : solo lo que se consideraba como la « parte activa » de la sociedad, los propietarios de los medios de producción y en general los más ricos, participaban en la representación parlamentaria y en la vida política, quedando excluidas de ella las demás categorías sociales. A pesar de la distinción formal de las funciones políticas y sociales, coincidían la administración del capital y del Estado en un mismo grupo de personas. La progresiva generalización de las relaciones capitalistas hizo cada vez más innecesaria -e incluso imposible- esa concidencia. A partir de finales del siglo XIX pudieron incluso acceder al parlamento los primeros partidos obreros, sin que ello supusiera un riesgo real para la previvencia del sistema. El pluralismo social en la esfera de la representación política se presentaba como la mejor garantía de que el sistema político representara el interés general. El interés general aparecía en este contexto como el resultado de una negociación más o menos expresa o implícita entre los distintos sectores representados por los partidos políticos. Esta negociación respondió a cierta realidad mientras en la esfera social y económica el movimiento obrero estuvo en condiciones de limitar las aspiraciones del capital mediante su organización y su lucha.
5. A partir del momento -que puede situarse en los años 70- en que el capitalismo pasa a nuevas formas de organización, la organización obrera fue debilitándose progresivamente y el juego político parlamentario se independizó casi completamente de las correlaciones de fuerzas sociales, que no alcanzaban ya ningún tipo de expresión eficaz ni en los sindicatos ni en los partidos de izquierda. Lo que pudo verse en un período como el espacio de definición del interés general, pasó a ser una instancia en la que solo lograban ya expresarse -incluso a través de los partidos de izquierda- los intereses del capital y, en particular, de su fracción financiera. Se cierra así un círculo histórico : si en una primera fase del Estado liberal el Estado era el « Consejo de administración de los intereses de la burguesía » y en un segundo momento el espacio de definición del interés general a través de una negociación política que expresaba correlaciones de fuerzas sociales efectivas, hoy la determinación del interés general se confía inmediatamente al capital, quedando exclusivamente representado en la esfera política el interés del capital financiero. La esfera política se hace así enteramente dependiente de la dominación social y económica del capital. El personal político, pasa de ser un conjunto de profesionales de la representación de los distintos intereses a constituir un grupo patético de figurantes. La representación pasa de ser representación política a mera representación en sentido teatral. Los -malos- actores de esta farsa son así recompensados, pero lo son modestamente, como subalternos, no como protagonistas de la dominación social y económica, ni como efectivos titulares -por representación- de la soberanía popular.
6. En este contexto, la corrupción, aún siendo formalmente un conjunto de prácticas ilegales que va de la financiación ilícita de los partidos, al cohecho y la prevaricación, es un elemento normal y necesario del sistema político neoliberal. A partir del momento en que el interés particular del capital financiero se identifica con el interés general, la mediación política por la cual este se definía en el Estado liberal (el parlamento, el gobierno, etc.) pierde su contenido y se convierte en un mero espacio de ficciones. La ficción es, sin embargo, necesaria, pues sin ella, los propietarios del capital se convertirían directamente en amos del resto de la población y la extracción de plusvalía se mostraría como un acto directo de violencia en consonancia con la práctica de anteriores regímenes sociales, pero en contradicción absoluta con los requisitos fundamentales del capitalismo (la extracción del excedente a través del mercado). La remuneración de los profesionales de la ficción se hace así necesaria. Aunque su remuneración sea ridícula en comparación con los gigantescos beneficios del capital financiero, no dejan de estar entre los actores de segunda categoría mejor pagados.

sábado, 17 de agosto de 2013

Gibraltar y los fantasmas del Castillo de naipes




Se debe al gran surrealista belga Marcel Mariën una recopilación de cuentos titulada "Los fantasmas del castillo de naipes". Este título resume hoy en buena medida la actualidad política española. En primer lugar, nos permite ver que el imponente régimen del 18 de julio transmutado en "joven democracia antiterrorista" es hoy un sistema carente de la más mínima legitimidad y sumamente frágil. Se atribuye al dictador griego de los años 30 Metaxas una desilusionada definición de su régimen: "mi régimen es un castillo de naipes que se hundiría con solo un soplido, pero no hay nadie que sople". El castillo de naipes español, como todo castillo que se precie, está poblado de fantasmas. Estos  -con el espanto o la ilusión que crean- consiguen que nadie se atreva a soplar. 

Lo real sostiene el fantasma, el fantasma protege lo real" (Lacan, Los cuatro conceptos...). Lo tolerable oculta lo más intolerable y nos permite vivir con lo que de otro modo no soportaríamos. La figuración verbal de una escena nos permite tener acceso a lo real y a la vez delimitar, enmarcar lo real. "El fantasma lo definiremos, si ustedes quieren, como lo imaginario que se encuentra enmarcado en un determinado uso del significante [una escena] en la que además el sujeto se pone a sí mismo en juego" (Lacan, Las formaciones del inconsciente). En la España actual, las construcciones fantasmáticas, las escenas se superponen: cada una de ellas oculta y a la vez expresa un trauma. El fantasma nos permite relacionarnos con lo real de una historia insoportable, al tiempo que lo evitamos. Gibraltar oculta la corrupción, que oculta el saqueo de la troika, que oculta la rapiña de la oligarquía española, que apenas logra ocultar las cunetas rebosantes de muertos en que se asienta el conjunto del sistema.
Demos la vuelta a esta construcción: remitámonos como centro de perspectiva al macabro fundamento de las cunetas para entender las distintas expresiones que a la vez manifiestan y encubren el horror de ser gobernados por un régimen de ladrones y asesinos en masa. Veremos así que Gibraltar es el significante de una pérdida: la pérdida "de" la nación española, en el doble sentido objetivo y subjetivo del genitivo al que remite la preposición "de". En la farsa de Gibraltar, la "nación" española pierde una parte de su territorio, pero a la vez se muestra a sí misma como definitivamente perdida, como una nación sin soberanía, sin entidad. En el fantasma "hemos perdido Gibraltar" se pierde tanto el objeto como el propio sujeto de la pérdida. La corrupción es, por su parte, la pérdida de una supuesta "democracia", pues indica a las claras que el soberano al que obedece el gobernante -el que llena los sobres- no es el pueblo, sino el poder financiero. El saqueo neoliberal de la troika ocultado por la corrupción es la pérdida de toda soberanía económica. Esta pérdida de soberanía se reafirma en la rapiña protagonizada por la oligarquía española y sus metástasis autonómicas. La rapiña nacional, europea o globalizada que el significante "Gibraltar" indica y elude se funda, por último, en la pérdida realísima que se lee en la vasta geografía de las cunetas. En los campos de la muerte de Franco y de Yagüe. La muerte en masa que sirve de cimiento al régimen español se presenta trastocada en fórmulas casi amables, en escenas de robo y corrupción o de nostalgia patriótica que presentan al régimen de los Hunos fundado por el Generalísimo como un Estado de derecho con algunas imperfecciones.

Es hora ya de atravesar el fantasma, por mucho que ello suponga mirar cara a cara ciertos horrores. Desde esa posición, bastará un soplido para que el régimen caiga. Mientras tanto, los fantasmas, que son nuestros fantasmas, seguirán protegiendo el castillo.

domingo, 4 de agosto de 2013

Los niños salvajes y la producción de sujetos



Los niños salvajes y la producción de sujetos

La editorial Artefakte ha publicado un nuevo libro inquietante: El niño salvaje de Jean Itard, un libro que nos cuenta una historia de hace más de dos siglos, pero que nos habla también de nuestra realidad. Itard es el médico que se ocupó hacia 1800 de un niño "salvaje" encontrado en los bosques de la zona del Aveyron en el centro sur de Francia y al que él mismo daría después el nombre de Victor. Victor había sido dejado por imposible por la medicina y la psiquiatría de la época, que intentaron mediante la mera disciplina llevar al niño a la condición de un sujeto "normal", capaz de trabajar y de convivir con los demás individuos "normales" en el marco de la sociedad mercantil, industrial y profundamente jerárquica que era ya la Francia de aquella época. Todo el entramado de hospitales, asilos, prisiones y otras instituciones de corrección por las que pasó el niño fue incapaz de sujetar a Victor a la norma de la sociedad. El niño, que corría a cuatro patas por el campo, era incapaz de hablar y de comunicarse con los demás, manifestando una clara preferencia por la vida en la naturaleza que se expresaba en sus ansias por salir de los espacios de encierro en que viven los "civilizados" y en su costumbre de contemplar por la ventana durante largas horas la naturaleza de la que procedía.

Jean Itard intentó cambiar el método de "humanización" de Victor dando preferencia respecto de las disciplinas exteriores -el "vigilar y castigar" descrito por Michel Foucault- a una perspectiva "económica" basada en las "necesidades" del individuo. Para ello, lo sacó de las instituciones disciplinarias para colocarlo en una casa bajo los atentos cuidados de quien sería su aya. Allí puso en aplicación los principios de la antropología sensualista de Condillac. Itard reconoció en Victor al sujeto experimental ideal para una teoría sensualista de la constitución de la mente humana. Declara así que  Victor sería la respuesta más adecuada a un problema metafísico: "determinar cuáles serían el grado de inteligencia y la naturaleza de las ideas de un adolescente que, privado desde su infancia de toda educación, habría vivido separado por completo de los individuos de su especie". Conforme a la doctrina de Condillac, Itard se fijó entre sus objetivos principales el de desarrollar la sensibilidad de Victor y desplegar su capacidad de sentir placer y dolor. Esto le permitiría  "civilizar" al niño mediante la multiplicación de sus deseos y sus necesidades, desarrollar en él esa demanda de bienes materiales que corresponde a la oferta siempre en aumento de una civilización mercantil. El tercero de los cinco objetivos que se plantea en el caso de Victor es: "Ampliar la esfera de sus ideas generando en él nuevas necesidades y multiplicando las relaciones con los seres circundantes". Aunque sí pudo desarrollar algo la sensibilidad de su piel, liberándola entre otras cosas de las capas de mugre que la insensibilizaban mediante baños y fricciones, su éxito en materia de desarrollo de las necesidades fue moderado, pues Victor siempre prefirió los alimentos más sencillos: la leche, las nueces, el pan, a los más elaborados y desdeñó la mayoría de las comodidades de la "civilización". El cuarto objetivo de Itard, hacer que Victor adquiriese algunos rudimentos del lenguaje no llegó, según confiesa Itard, a realizarse satisfactoriamente. Vale la pena detenerse en este fracaso, pues el lenguaje es tal vez el rasgo que suele considerarse más definitorio de lo "humano". Lo haremos al hilos del comentario que Louis Althusser dedica a esta parte del texto de Itard en su seminario de 1963-1964 sobre el psicoanálisis, en concreto en su segunda contribución propia, la conferencia titulada "Psicoanálisis y psicología".

Althusser se interesa por el caso del niño salvaje en el marco de una reflexión sobre la diferencia entre el psicoanálisis y la psicología. Según Althusser el psicoanálisis es una de esas disciplinas que, para afirmarse, siempre han tenido que defenderse contra los constantes esfuerzos del entorno ideológico por reabsorber y banalizar sus tesis fundamentales. Así, las versiones psicológicas del psicoanálisis intentan reducir el inconsciente a la base natural de las necesidades y pulsiones físicas del individuo o a un fundamento oscuro del propio sujeto abierto a interpretación por parte de este. En ambos casos, se afirma la continuidad de un inconsciente biológico o de un inconsciente concebido como el lado oscuro de la conciencia con el yo consciente. El inconsciente no ocupa así, para autores tales como Anna Freud o Lagache una posición de trascendencia respecto del yo, pues tiene el estatuto no de un otro sino de un origen del que el yo proviene y en el cual el yo es capaz de reconocerse como tal. El experimento condillaciano que desarrolla Itard coincide en buena medida con las posiciones de Anna Freud, pues para Condillac el origen de la conciencia y del lenguaje se sitúa en determinaciones biológicas como la sensación o las necesidades. Existe así, según esta teoría, una continuidad entre el individuo biológico y el sujeto psicológico conforme a la cual el segundo es resultado del despliegue de las virtualidades del primero. Esto supone que, en el ámbito biológico determinado por las sensaciones y las necesidades existe ya una forma embrionaria del sujeto identificada con el individuo biológico.  

Itard parte de la idea expresada en el enunciado de su cuarto objetivo de que el lenguaje se adquiere mediante la asociación de necesidades a significantes. Como resume Althusser en su conferencia: "la palabra se concibe aquí como el signo de una necesidad. Está aquí implícita toda una filosofía del lenguaje: signo de una necesidad, necesidad de un individuo, de un sujeto psicológico que se definirá por sus necesidades y que deberá valerse del lenguaje como de un sistema de signos que sirva de mediación a sus necesidades". Como sabemos, la hipótesis de Itard fracasa. El primer sonido que reproduce Victor es la "o" que había oído en las interjecciones ("oh!") de una conversación entre personas que se encontraban junto a él, pero ese sonido, aunque a Victor la gustara reproducirlo, no estaba asociado con ninguna necesidad, ni con objeto alguna capaz de satisfacer una necesidad. Este sonido era en sí mismo un objeto autónomo de goce. Del mismo modo, entre las pocas palabras que logró Victor articular se encontraba la palabra francesa "lait" (leche, pronunciada: "lé"), pero para la gran frustación de su tutor, nunca la pronunciaba para obtener su tazón de leche, sino solo cuando ya se la había tomado, como signo de satisfacción, no de necesidad sino de goce. El fracaso del experimento practicado con Victor de l'Aveyron es el fracaso de la tesis de la continuidad entre el yo consciente y su supuesto origen biológico.

De este fracaso concluirá Althusser la necesidad de cambiar de problema y no pensar la constitución del sujeto como un paso de lo biológico a lo psicológico, de lo natural a lo cultural, sino, siguiendo la enseñanza de Jacques Lacan, como un efecto de la cultura sobre el individuo. "Mediante la acción de la cultura sobre el pequeño ser biológico se produce su inserción en la cultura. No se trata pues del devenir humano del pequeño ser humano, sino de la acción de la cultura, constantemente, sobre un pequeño ser distinto de ella, al que transforma en ser humano. Esto significa que se trata en realidad de un fenómeno de asimilación cuyo vector se orienta en apariencia hacia la cultura, aunque es de hecho la cultura la que se precede a sí misma constantemente, absorbiendo al que va a convertirse en ser humano." Frente a la recurrencia de la categoría de sujeto (como origen y resultado de sí mismo) que dominaba la teoría de Condillac así como el conjunto de la teoría política y jurídica burguesas, que Itard pretendió ilustrar y demostrar en el caso del "niño salvaje", Althusser opone otra recurrencia, la de las condiciones materiales, históricamente determinadas de constitución de los sujetos por la "cultura". Al sujeto autofundante de la psicología, del derecho o de la filosofía idealista, Althusser opondrá el individuo sujeto a la imaginación y a las pasiones de Spinoza, un sujeto descentrado. Para el individuo sujeto a la imaginación, la imaginación no es el error que ha de descartar el sujeto de la verdad, el sujeto de la objetividad cartesiano mediante un acto de voluntad, sino el elemento mismo en que se desarrolla la vida humana: "la imaginación es un mundo". El individuo sujeto a la imaginación y a las pasiones, el sujeto-efecto de múltiples determinaciones, está radicado en un mundo siempre ya cultural y complejo, pues la imaginación es el tejido material de la comunidad política, el elemento en que se mueven y se constituyen según el Spinoza del Tratado teológico-político los profetas, los soberanos y los súbditos. Del mismo modo que el origen del lenguaje era para Saussure la constante efectuación de este en sus leyes y estructuras, para Spinoza, que en ello se enfrenta a toda la filosofía política moderna (tal vez con la excepción de Althusius), la vida social, la cultura tiene como único origen el conjunto de los efectos materiales, de las relaciones que la constituyen. Lo cultural, lo complejo, es algo siempre ya dado cuando se trata de la especie humana y no el desarrollo de una situación de simplicidad originaria.

El niño salvaje de los bosques del Aveyron que recogió e intentó educar Itard no era el embrión de una humanidad civilizada, sino, muy probablemente, si se atiende a los síntomas descritos en el informe de Itard, un niño autista. Ahora bien, un autista no es ningún ser primitivo ni natural ni biológico, sino un individuo que tiene una relación con el lenguaje particular, que ve el lenguaje como una cosa y no como el medio de una demanda dirigida a otro. Es una versión de la humanidad que, como todas las demás, presupone la cultura, por mucho que después esta sea mantenida a distancia por el sujeto autista... como una amenaza.

domingo, 21 de julio de 2013

Sobre esencias , relaciones y luchas de clase




Algunas observaciones en forma de carta abierta sobre el debate entre el Nega y Pablo Iglesias Turrión (cf. artículos ¿Quiénes son los de abajo? en Público y La clase obrera hoy: canis e informáticos (Respuesta a Pablo Iglesias Turrión) en Kaosenlared)

Con todo mi respeto hacia Pablo y el Nega, considero que ambos tienen una visión premarxista de las clases y dan prioridad a las clases -concebidas como sujetos- respecto de la lucha de clases que las constituye como tales. Ciertamente, el artículo de Pablo Iglesias Turrión tiende a desdibujar los contornos de la clase obrera actual, prefiriendo expresiones como "los de abajo", mientras que el Nega describe una clase obrera con una identidad claramente definida y con historias individuales y familiares muy características. Ambos de sitúan, a pesar de sus indudables diferencias, en el plano de una fenomenología sociológica de las clases. Sin embargo, desde Marx, esta visión sociológica no se sostiene: la lucha de clases -como afirmaba mi querido maestro Althusser- prima sobre la lucha de clases. Louis Althusser en su Respuesta a John Lewis recordaba la necesidad de superar los dualismos imaginarios : "hay que superar la imagen del campo de rugby, por lo tanto, de dos grupos de clases que llegan a las manos, para considerar lo que hace de ellas clases y clases antagonistas: a saber la lucha de clases. Primacía absoluta de la lucha de clases (Marx, Lenin). No olvidar nunca la lucha de clases (Mao)." Las clases se hacen en su lucha, pero en ningún modo preexisten a esta. Pensar las clases desde un punto de vista materialista  es pensar sus condiciones de existencia, las causas que las determinan a existir y actuar. Las clases son como toda realidad efecto de una causa. La causa que hace que existan clases es la división esencial de la sociedad de clases entre quienes se apropian los medios de producción y la riqueza y quienes se ven expropiados de ellos. Esa división estructural de todas las sociedades de clase se expresa como una lucha, concretamente la lucha de clases. Los sujetos de esta lucha (las clases) no son así origen sino resultado, efecto, como lo es, por cierto, todo sujeto para el materialismo. 

Solo la lucha de clases, por otra parte, produce la variedad de manifestaciones del proletariado y de las clases capitalistas que hoy nos desorienta, esa variedad que hoy resulta irreductible a las formas simples de representación que algunos añoran, pero que no excluye sino que implica la lucha de clases y la consiguiente constitución y composición de las clases en esta misma lucha. Es, por lo demás, la propia lucha de clases la que reconfigura los contornos de las clases y hace que se produzcan ciertos fenómenos de convergencia entre sectores proletarios cuya actividad puede llegar a integrar un fuerte componente intelectual y sectores de la pequeña burguesía empobrecida. En los repartos de pizza y los supermercados, pero también en la industria informática o en los centros de prueba de videojuegos coinciden -como muy bien observa el Nega- estos dos sectores. Lo que está en juego -y, de nuevo, es una cuestión de lucha de clases- es en favor de qué sector se hará la unidad, más allá de la coincidencia de hecho. En otros momentos, una convergencia laboral y local de este tipo podría haber servido para afirmar la universalidad de la "clase media", hoy, en tiempos de rapiña, el mito de la clase media se desvanece y los distintos sectores que integraban esa nebulosa ocupan nuevos lugares. Si en el siglo XIX nos encontrábamos en plena formación de la clase obrera (Thompson hablaba de The Making of the English Working Class -el "hacerse" de la clase obrera inglesa), hoy nos encontramos ante el deshacerse (the Unmaking) de esta y una profunda recomposición del proletariado sobre bases productivas y sociales distintas, pero también ante el desvanecimiento del mito de la "clase media" como clase universal. Hoy, la única "clase universal" es la multitud explotada, el proletariado en sus diversas composiciones.

Por esta misma razón, la afirmación de que el 15M fue una movilización pequeñoburguesa obedece a una postura meramente sociológica y descriptiva que no tiene en cuenta que parte del nuevo proletariado puede provenir de la pequeña burguesía empobrecida. Es algo que afirmó, por cierto, recientemente, Slavoj Zizek a quien no creo que el Nega tenga en sus altares en un artículo que lleva por -elocuente título "The Revolt of the Salaried Bourgeoisie" ("La revuelta de la burguesía asalariada"). La pertenencia al proletariado tiene que ver, sin embargo, con la explotación y la expropiación, con el lugar que un individuo ocupa en las relaciones de producción en función de su relación a los medios de producción y a la riqueza social. La apropiación/expropiación de los medios de producción y subsistencia es lo que está en juego, no un determinado conjunto de rasgos sociales o culturales, ni una forma concreta de conciencia.

Yo no he leido -aún- Chavs, pero estoy plenamente de acuerdo con el Nega en que este sector de "canis", de gente plebeya y de mal gusto de la que se ríe la pequeña burguesía que mira determinadas series televisivas es un elemento fundamental del proletariado. No ha habido revolución sin sans-culottes (sin calzones), descamisados, lazzaroni, gueux, perroflautas, çapulçuklar u otras figuras de la plebe radicalizada bautizadas con nombres supuestamente insultantes por las clases dominantes. Lo plebeyo es esencial en la estética de toda revolución: basta viajar a Cuba para ver la curiosa mezcla de estética plebeya generalizada y del elevado nivel de cultura general que ha producido el socialismo cubano. Estos "plebeyos cultos" son el resultado de una ruptura radical con la imagen burguesa de la plebe ignorante, lo cual demuestra que esa misma población que hoy mira series infames en la tele o sueña con hacerse las tetas puede también, en una posición de hegemonía, experimentar importantes transformaciones, por mucho que muchos aspectos no burgueses ni refinados de su imagen sigan manteniéndose. La lucha de clases ha pasado por ahí. El comunismo no es el nacionalismo identitario del proletariado sino el movimiento real de este, su siempre variable definición en y por la lucha de clases.

En cuanto a Antonio Negri, conviene recordar que el término "precariado" en su obra es reciente y meramente descriptivo. El concepto central del último Negri -en la trilogía de Imperio- es el de "multitud" y no el de precariado. Negri es demasiado marxista para dar ningún tipo de centralidad a un concepto esencialmente jurídico ("precariado" define una situación contractual o no contractual) como el de "precariado". Ahora bien, la multitud se define en la obra reciente de Negri por su expropiación, incluso por su "pobreza", es un concepto del proletariado, pero de un proletariado que, a diferencia de la "clase obrera", es, en su enorme diversidad, irrepresentable. Como bien afirma el Nega, los de abajo siempre han sido precarios e irrepresentables, como esas mujeres obreras que trabajaban limpiando suelos de los señoritos en la más absoluta precariedad. Y es que el proletariado, como recuerda Silvia Federici, siempre ha estado compuesto también de mujeres, que durante mucho tiempo no estuvieron integradas en la actividad salarial y que hoy en gran medida se integran en ella de forma precaria. Esta mitad de la humanidad realiza, sin embargo, esenciales tareas de reproducción física, afectiva y cultural de la población trabajadora y de las propias clases dominantes. Naturalmente, las mujeres trabajadoras como los jornaleros, los reponedores de supermercado, los trabajadores de centros de llamadas, etc. son a la vez precarias y proletarias, aunque ciertamente siguen existiendo sectores no precarios -o, mejor dicho, menos precarios- del proletariado, como los integrantes de la clase obrera fordista que aún existe. En cierto modo, por lo demás, el carácter precario de su situación social y de sus ingresos ha sido siempre un rasgo propio del proletariado como clase expropiada y no una novedad del "postfordismo", aunque sea cierto que en esta fase del capitalismo la precariedad del trabajador se ha extendido y profundizado.

En este momento, cuando la lucha de clases de la burguesía es más intensa que nunca no creo que sea ocasión para debatir con gesto de cabreo y antipatía sobre quién pertenece o deja de pertenecer al proletariado: dejemos eso a los profesores de sociología. Lo importante es llegar a determinar posiciones efectivas que permitan resistir y vencer en esa lucha de clases, que nos permitan recuperar bienes comunes como la educación o la sanidad universales y salir del régimen social y político basado en la propiedad, instituyendo el libre acceso de todos a los comunes productivos y a la riqueza social. Habéis citado a una organización como Syriza: vale la pena recordar que algunos de los denostados "negristas" tuvimos la iniciativa de lanzar una carta abierta de apoyo a Alexis Tsipras y a su organización, entre cuyos primeros firmantes se encuentra un tal Antonio Negri. Dejémonos de debates estériles y dediquemos nuestro tiempo a constituir un instrumento que nos permita expulsar a la cleptocracia del poder, para situar en su lugar -como decía el viejo militante comunista Manolis Glezios en el reciente congreso fundacional de Syriza como partido- no a un nuevo partido sino "al propio pueblo". 


Un fuerte abrazo y mis más amistosos saludos comunistas a todos vosotros.

sábado, 13 de julio de 2013

La otra justicia


(English version of this text -thanks to Richard Mc Aleavey- available here)
(Artículo publicado en Las Voces de Pradillo)

La reivindicación de justicia pertenece sin duda al patrimonio moral y político del pueblo y del proletariado.
Exigir justicia significa desde ese punto de vista, rebelarse contra la desigualdad, contra cualquier situación en la que unos hombres puedan situarse por encima de otros, ejercer dominio sobre otras personas. La justicia debería permitir la igualdad social y política, pero en las actuales condiciones sociales no lo hace. Hoy, la justicia no garantiza la igualdad, sino la igualdad entre propietarios y su corolario inevitable, la desigualdad efectiva entre propietarios y no propietarios.
Quien solo disponga de su pellejo pero no tenga acceso a sus propios medios de producción y de vida, será formalmente igual al patrón a quien tiene que vender « su trabajo » para vivir, pero en la práctica, más allá de las fantasmagorías del derecho mercantil, en el duro mundio de la producción capitalista, reina la más perfecta desigualdad.
Reivindicar justica en estas condiciones significa exigir que se cumplan las cláusulas que sancionan jurídicamente una relación real de desigualdad. La reivindicación popular de justicia es, sin embargo, perfectamente legítima, pero solo puede tener eficacia si va unida a la construcción y al desarrollo de prácticas sociales que basen la igualdad no en la propiedad, sino en el libre acceso a los comunes productivos y a la riqueza social.
La reciente iniciativa de recrear un Socorro Rojo para organizar desde la base los servicios públicos y la asistencia social que los Estados niegan a la población, organizando la distribución de alimentos y otros bienes de primera necesidad a los cada vez más numerosos necesitados es una exdelente inciativa que va precisamente en el sentido de este tipo de justicia y de igualdad.
Hoy, la cuestión de la justicia está plenamente de actualidad en España con los escándalos que se dan últimamente a conocer y que afectan a las más altas esferas del gobierno y del Estado. Los papeles de Bárcenas y el caso Gürtel, entre otros muchos casos de corrupción, nos muestran que los más poderosos se han permitido desde años y con plena impunidad violar las leyes y servirse de los dineros públicos sin ningún escrúpulo.
Esto es perfectamente normal, por lo demás, en un régimen como el transfranquismo neoliberal español que, como los demás regímenes neoliberales, ha abandonado toda perspectiva de interés público y afirma que el gobierno debe defender en primer lugar el interés privado. Los servidores de un Estado privatizado son así los primeros en servirse, pues su interés forma parte de ese preciado interés privado que rendundará según los ideólogos neoliberales en beneficio del conjunto de la sociedad, en virtud del principio del trickle down o goteo hacia abajo.
Se ha podido ver en estos últimos años cómo ese goteo hacia abajo, acompañado de un enorme bombeo hacia arriba de la riqueza social, lo que ha hecho ha sido desecar completamente el suelo en que viven las mayorías sociales al privarlas de servicios públicos y derechos sociales que hasta ahora se habían considerado básicos. Pensar que el poni del PP, la residencia de la amante del Jefe del Estado a título de sucesor de Franco o la mansión barcelonesa de Urdangarín y Sra. se han financiado a costa de que los niños empiecen a desmayarse de hambre en los colegios, mueve a una explicable indignación y a una exigencia de justicia.
Sin embargo, la justicia no es la solución al problema que aqueja a nuestras sociedades. La mera exigencia de justicia, lo que podríamos denominar « justicialismo » tiene pocas perspectivas de cambiar efectivamente la realidad. Ciertamente existe corrupción, pero nadie debe hacerse ilusiones de que, acabando con la corrupción, las cosas vayan a mejorar sensiblemente para todos. Aunque se sentara en el banquillo a todo el gobierno y al partido mayoritario de la « oposición » junto a los más altos exponentes de la familia Borbón, aunque se les condenara a duras penas y se hiciera justicia con ellos, restableciendo así las condiciones jurídicas formales del reparto de la riqueza, la situación de la inmensa mayoría de la sociedad seguiría siendo catastrófica, no porque no se aplicasen las leyes y el derecho, sino en virtud de la estricta aplicación de este.
La deuda financiera ilegítima que está arruinando a las familias y liquidando servicios públicos esenciales seguiría vigente con todas las catastróficas consecuencias que hoy conocemos. Solo un acto formalmente ilegal conforme a la legislación vigente como el impago de las deudas privadas y públicas ilegítimas puede hacer cambiar las cosas. Para eso no basta exigir justicia, sino construir la fuerza social capaz de imponer esa ruptura y de resistir eficazmente desde abajo al empobrecimiento.
La lógica de la propiedad es aquella mediante la cual el avaro Schyllock de Shakespeare podía exigir legalmente a su deudor el pago de una libra de carne cercana al corazón. Hay que romper esa lógica asesina, no en nombre del derecho y de la justicia actuales, basados en la propiedad, sino en nombre de otro derecho y otra justicia que basen la igualdad y la justicia, no en la propiedad sino en el libre acceso a los bienes comunes. Solo así tendremos una justicia y una igualdad arraigadas en sus condiciones materiales de realización.