El padre Matteo Ricci en China, con traje de mandarín |
(English translation by Richard Mac Duinslebhe in Richard's blog)
(Publicado en Voces de Pradillo)
Los jesuitas siempre tuvieron fama de ser gente retorcida y poco de fiar. Los ideólogos de la Reforma los consideraron por ello herederos legítimos de Maquiavelo, y Pascal, en las Cartas Provinciales, los fustigó con su terrible ironía por su práctica del doble pensamiento. El lector de Pascal recuerda esas largas citas desternillantes que hace el filósofo de los manuales de confesión jesuíticos en los que se afirma la doctrina de la intención. Para la teología moral de los jesuitas -como por cierto, para la ética spinozista- el sentido ético de un acto viene determinado no ya por su materialidad, sino por su intención. Por recurrir a un ejemplo que toma Pascal de uno de esos manuales : cuando un sacerdote aparece en público sin sotana, comete pecado mortal, pero si se ha quitado la sotana para no deshonrarla, pues se dirige a un lugar para fornicar, este acto deja de ser pecado. Si fornica un sacerdote, comete pecado mortal, pero si lo hace por satisfacer un impulso de su cuerpo y no por ofender a Dios, ya no lo comete. En resumen : con un buen confesor jesuita a mano es difícil condenarse. Para condenarse haría falta una voluntad explícita y determinada de condenarse, habría que obedecer, independientemente de los actos que se realicen, a una especie de imperativo categórico del mal (malum radicale) que Kant describe como sigue : « el fundamento del mal no puede residir en ningún objeto que determine el albedrío mediante una inclinación, en ningún impulso natural, sino sólo en una regla que el albedrío se hace él mismo para el uso de su libertad, esto es, en una máxima. » (I. Kant, La religión dentro de los límites de la simple razón, 31; VI, 21).
Lo que para Pascal en
su rigorismo jansenista es una actitud reprobable y una monstruosa
doctrina es precisamente lo que permitió a la Compañía de Jesús
tomar contacto con las más diversas civilizaciones y desarrollar
desde mucho antes de que surgiera la teología de la liberación una
pastoral respetuosa de las culturas indígenas. Son ejemplos
conocidos de esta pastoral las reducciones del Paraguay o las
misiones del Perú o la fenomenal aventura de los jesuitas que se
hicieron mandarines en China y estuvieron a punto de hacer del
imperio Chino un país católico. La idea de que los actos importan
poco y que la intención es lo esencial se traduce así en una máxima
política muy cercana a la de Maquiavelo, para quien la táctica debe
siempre supeditarse a la finalidad estratégica. La actitud del
jesuita es una actitud política, pero en ello responde bien al
carácter esencialmente político de la Iglesia Católica que
describiera Carl Schmitt. El político cristiano que es el jesuita
sabe, como dice San Pablo : « ser griego entre los griegos
y judío entre los judíos » , pues lo que importa no es
el rito exterior sino la intención efectiva.
Una reducción jesuítica en Paraguay |
Jorge Bergoglio, el
papa Francisco, es un jesuita y ese jesuitismo suyo no es ninguna
circunstancia exterior sino característica esencial de su
pensamiento y de su actuación. La doctrina de la intención está
así presente en cada una de sus declaraciones, no como hipocresía,
sino como liberación evangélica de la realidad humana, como
restitución a la naturaleza de su inocencia. Así, cuando recuerda
que no ha de darse tanta importancia a las cuestiones de moral sexual
y no ha de atormentarse a las personas con estos temas, está
supeditando los actos humanos a la intención que los inspira, está
dejando de considerar ningún acto concreto como « intrínsecamente
malvado ». Puede afirmar así que, incluso los ateos que obran
rectamente y obedecen a su conciencia se salvan defendiendo así en
nombre del cristianismo una libertad de pensamiento en línea
con la que reivindica Spinoza en el Tratado teológico-político. En su carta al director del diario italiano La Repubblica, Eugenio Scalfari, afirma, por ejemplo, Francisco: "En
primer lugar, me pregunta si el Dios de los cristianos perdona a
quien no cree o no busca la fe. Considerando que - y es
la cuestión fundamental - la misericordia de Dios no
tiene límites si nos dirigimos a Él con corazón sincero y
contrito, la cuestión para quien no cree en Dios radica en obedecer
a la propia conciencia. Escucharla y obedecerla significa tomar una
decisión frente a aquello que se percibe como bien o como mal. Y en
esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestro actuar."
Los actos pueden ser
muy diversos siempre que exista una intención recta. El pecado, sin
embargo, existe y existe en esa voluntad maligna de perderse, en esa
ignorancia absoluta del otro, en la incapacidad de amor que los
teólogos de la liberación denominaron « pecado objetivo ».
Un pecado objetivo es el resultado de una voluntad maligna : la
miseria políticamente orquestada, la tortura, el asesinato de
Estado, la explotación, no pueden tener como finalidad la obediencia
a una ley moral de amor y respeto al otro. A pesar de la enorme
plasticidad del mensaje evangélico, no todo vale. Bergoglio, en su
condición de arzobispo de Buenos Aires pudo departir con el jefe de
Estado efectivo de la República Argentina, el general Videla, porque
un político habla con el mismísimo diablo. Esto no significa que
compartiera en lo más mínimo sus planteamientos, como, por
desgracia sí hicieron otros sectores de la Iglesia argentina.
Bergoglio podía asistir a recepciones oficiales de la Junta, pero
sobre todo era asiduo de las villas miseria, de los lugares donde
vivían los más pobres. Esto no hace de él un teólogo de la
liberación de manera explícita, pero el jesuitismo no deja de ser
la actitud que hace posible una teología de la liberación. No hay
teólogos de la liberación del Opus Dei ni podrá nunca haberlos,
porque el Opus se centra en los actos, califica los actos humanos
como intrínsecamente virtuosos o perversos, sin importarles la
intención con que se hagan. El Opus Dei profesa un cristianismo
legalista, muy poco cristiano en su esencia y muy cercano al judaismo
fariseo que somete la vida al imperio minucioso de la Ley.
El estilo pastoral
jesuita permite al papa Francisco dirigirse a los más pobres de
manera directa y abierta: en la isla de Lampedusa, visitando a
los emigrantes clandestinos abandonados a su suerte por el Estado y
la mayor parte de la izquierda italiana, en Brasil con el pueblo de
las favelas, en la propia Roma, proponiendo que los conventos vacíos
acojan a las personas sin papeles y sin domicilio. Se comprende que
afirme que « nunca he sido de derechas », separándose
así de quienes en las derechas esgrimen el catolicismo como arma
arrojadiza y dejando en situación difícil a los clérigos españoles
que actúan políticamente de la mano del partido de la derecha
neofranquista. Hay quien dice que esto son solo palabras y gestos,
pero las palabras y los gestos producen efectos. Ya los están
produciendo. Bergoglio sabe -y lo afirma- que una Iglesia que
proclama exclusivamente un mensaje biopolítico reaccionario contra
las mujeres y la libertad sexual tiene los días contados. Es
necesario abandonar la imagen de unos confesonarios convertidos en
« cámaras de tortura » y del siniestro cura pedófilo y
abrazar de nuevo el mensaje mesiánico del tiempo nuevo. En este
sentido, Francisco como jefe de la Iglesia está sabiendo reconciliar
dos características de esta longevísima institución que se habían
visto a menudo enfrentadas : el mesianismo y la capacidad
política. Son dos características que la izquierda siempre
reivindicó para sí y que hoy ha abandonado en nombre del realismo o
de la intransigencia ideológica. Esperemos aprender algo del actual
magisterio de la Iglesia quitándonos de encima al equivalente de los
curas pedófilos y los fariseos, esos siniestros burócratas, esos
tristes repetidores de dogmas, esos más tristes aún que encomian a
los déspotas sanguinarios como campeones de la libertad.