viernes, 26 de febrero de 2010
¿Ha muerto un enemigo de la revolución?
jueves, 18 de febrero de 2010
Garzón: de regador regado a cazador cazado
jueves, 11 de febrero de 2010
Sobre profecías económicas y oráculos neoliberales (recordando un texto de Marx)
"El sistema del crédito público, esto es, de la deuda del estado, cuyos orígenes los descubrimos en Génova y Venecia ya en la Edad Media, tomó posesión de toda Europa durante el período manufacturero. El sistema colonial, con su comercio marítimo y sus guerras comerciales, le sirvió de invernadero. Así, echó raíces por primera vez en Holanda. La deuda pública o, en otros términos, la enajenación del estado sea éste despótico, constitucional o republicano deja su impronta en la era capitalista. La única parte de la llamada riqueza nacional que realmente entra en la posesión colectiva de los pueblos modernos es... su deuda pública . De ahí que sea cabalmente coherente la doctrina moderna según la cual un pueblo es tanto más rico cuanto más se endeuda. El crédito público se convierte en el credo del capital. Y al surgir el endeudamiento del estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el que no hay perdón alguno, deja su lugar a la falta de confianza en la deuda pública.
"La deuda pública se convierte en una de las palancas más efectivas de la acumulación originaria. Como con un toque de varita mágica, infunde virtud generadora al dinero improductivo y lo transforma en capital, sin que para ello el mismo tenga que exponerse necesariamente a las molestias y riesgos inseparables de la inversión industrial e incluso de la usuraria. En realidad, los acreedores del estado no dan nada, pues la suma prestada se convierte en títulos de deuda, fácilmente transferibles, que en sus manos continúan funcionando como si fueran la misma suma de dinero en efectivo. Pero aun prescindiendo de la clase de rentistas ociosos así creada y de la riqueza improvisada de los financistas que desempeñan el papel de intermediarios entre el gobierno y la nación como también de la súbita fortuna de arrendadores de contribuciones, comerciantes y fabricantes privados para los cuales una buena tajada de todo empréstito estatal les sirve como un capital llovido del cielo , la deuda pública ha dado impulso a las sociedades por acciones, al comercio de toda suerte de papeles negociables, al agio, en una palabra, al juego de la bolsa y a la moderna bancocracia.
"Desde su origen, los grandes bancos, engalanados con rótulos nacionales, no eran otra cosa que sociedades de especuladores privados que se establecían a la vera de los gobiernos y estaban en condiciones, gracias a los privilegios obtenidos, de prestarles dinero. Por eso la acumulación de la deuda pública no tiene indicador más infalible que el alza sucesiva de las acciones de estos bancos, cuyo desenvolvimiento pleno data de la fundación del Banco de Inglaterra (1694). El Banco de Inglaterra comenzó por prestar su dinero al gobierno a un 8 % de interés, al propio tiempo, el parlamento lo autorizó a acuñar dinero con el mismo capital, volviendo a prestarlo al público bajo la forma de billetes de banco. Con estos billetes podía descontar letras, hacer préstamos sobre mercancías y adquirir metales preciosos. No pasó mucho tiempo antes que este dinero de crédito, fabricado por el propio banco, se convirtiera en la moneda con que el Banco de Inglaterra efectuaba empréstitos al estado y pagaba, por cuenta de éste, los intereses de la deuda pública. No bastaba que diera con una mano para recibir más con la otra; el banco, mientras recibía, seguía siendo acreedor perpetuo de la nación hasta el último penique entregado. Paulatiamente fue convirtiéndose en el receptáculo insustituible de los tesoros metálicos del país y en el centro de gravitación de todo el crédito comercial. Por la misma época en que Inglaterra dejó de quemar brujas, comenzó a colgar a los falsificadores de billetes de banco. En las obras de esa época, por ejemplo en las de Bolingbroke, puede apreciarse claramente el efecto que produjo en los contemporáneos la aparición súbita de esa laya de bancócratas, financistas, rentistas, corredores, stock-jobbers [bolsistas] y tiburones de la bolsa [...]
William Cobbett observa que en Inglaterra a todas las instituciones públicas se las denomina "reales", pero que, a modo de compensación, existe la deuda "nacional" (national debt)."
jueves, 28 de enero de 2010
Avatar: el comunismo...en Pandora (o un ensueño del presidente Schreber)
"No me atreveré a decidir si podemos creernos autorizados a decir que Dios y el mundo de las estrellas son una y la misma cosa o si hay que representarse la totalidad de los nervios de Dios como algo que se extiende aún más allá de las estrellas."
Daniel Paul Schreber, Memorias de un neurópata)
« the Na'vi represent something that is our higher selves, or our aspirational selves, what we would like to think we are »
(James Cameron, director de Avatar, sobre el pueblo extraterrestre que protagoniza su película)
La película Avatar se ha convertido en la más taquillera de la historia. Es también la que más dinero ha costado. Todo indica que el capital invertido se revalorizará de manera importante. Y es que Avatar, como casi todas las producciones cinematográficas es antes que nada una mercancía. Su finalidad declarada es atraer espectadores y recaudar dinero con las entradas, los DVD y demás artículos de promoción. Sin embargo, su contenido logra emocionar a casi todo el público. Su indudable belleza formal que se vale de la técnica de la imagen tridimensional nos inmerge en un lugar que no es enteramente un paraíso, pero casi. Se trata de una zona de selva virgen extraterrestre donde unos humanoides azules estilizados como elfos viven en plena armonía con la naturaleza. La trama de la película se basa en la lucha de este pueblo de seres casi humanos por librar su planeta de una invasión terrestre con finalidad comercial. Su planeta, como Iraq o el Este del Congo posee un mineral sumamente valioso para la industria terrestre. La codicia capitalista más desalmada se enfrenta así a la inocencia de un mundo donde una humanidad distinta, los Na'avi respeta la naturaleza en cada uno de sus actos, se comunica con ella.
El universo na'avi es el punto de encuentro de varias utopías:
1. Una mística ecologista de la perfecta armonía del hombre con la naturaleza presentada como un ser vivo, que, en lengua na'avi, se llama, no por casualidad "Gaia".
2. Una utopía hacker en la que el conocimiento es un bien común compartido por todos, que en Pandora se materializa en una red nerviosa que, a través de las raíces de los árboles atraviesa el planeta, una serie de filamentos que cuelgan de un "árbol de los sueños" que conserva la memoria de los antepasados y unas sinapsis móviles que permiten a los seres vivos entrar en contacto con la red y unos con otros. La brida de un caballo de Pandora es una sinapsis que se conecta con la coleta terminada por un haz de nervios prénsiles que poseen los na'avi.
3. Una utopía antiimperialista en la que un pueblo primitivo -neolítico- logra mediante su complicidad con la naturaleza vencer a los invasores terrestres que persiguen arrebatarles sus riquezas.
No es de extrañar que el presidente Evo Morales saliera emocionado de ver la película junto a sus sobrinos. La ideología indigenista y ecologista de la Pacha Mama (la Madre Tierra) coincide aparentemente con la del pueblo na'avi, y la lucha de los pueblos bolivianos por sus riquezas naturales se ve bastante bien reflejada en la que se libra en aquel lejano planeta de ficción. Avatar nos está mostrando bajo el celofán de la mercancía una utopía comunista. Una utopía que tiene rasgos parecidos a la que van construyendo con enorme esfuerzo y riesgo los oponentes al Imperio del tercer y primer mundo. La lucha por los comunes, por su constitución o su recuperación frente a la expropiación capitalista está al orden del día en todo el planeta, tanto en Bolivia, Palestina e Iraq como en Europa o los Estados Unidos. La conciencia de que el capital fijo es hoy más que nunca un capital inmaterial de conocimiento que sólo puede existir como bien compartido por todos se abre paso en la fase del capitalismo que estamos viviendo. El comunismo es hoy la fuerza productiva del capitalismo tardío. El capital ya no es capaz de organizar la producción, sólo puede ya parasitarla: tal vez el reciente mito cinematográfico de los vampiros buenos y tristes de Twilight o de True Blood tenga algo que ver con esa pérdida casi completa de valor social por parte del capital y con la necesidad de legitimar simbólicamente el neovampirismo como una narrativa minoritaria en el marco de una sociedad liberal y permisiva. El capital con su triste figura de vampiro "castrado" sólo puede tener hoy vida como mero parásito. Ha dejado de ser la fuerza productiva que entusiasmara a Marx, para ser ya antiguo régimen, "ancien régime."
Esto explica la necesidad de negar, de expulsar de la realidad inmediata todo lo que revele que el capital se encuentra en un estado "post mortem", viviendo la vida de prestado de los zombis o de los vampiros. En primer lugar, hay que ocultar el comunismo como fuerza productiva, o, mejor dicho, como la fuerza productiva hoy hegemónica. La expulsión, a través de un producto mercantil que, como Avatar, es también un artefacto simbólico, tiene lugar de tres maneras: 1) como remisión al neolítico, 2) como deportación a una galaxia lejana, 3) como anclaje utópico de la especie humana en una naturaleza con la que mantiene un íntimo comercio. Con ese triple gesto se muestra que 1) el comunismo es algo primitivo, 2) el comunismo es algo utópico, 3) el comunismo corresponde a una naturaleza virgen, a un paraíso terrenal que ya no existe. Esa deportación de lo más íntimo, de lo más necesario de nosotros mismos supone también una deformación. Del mismo modo que los vampiros ya no chupan sangre, sino que se abstienen de morder o se contentan con consumir sucedáneos, el comunismo de Pandora no tiene que ver con la política y la lucha de clases como el de nuestro planeta. Lo que en Pandora se libra es una lucha entre los puros y los impuros, el bien y el mal, un combate teológico por el paraíso, no el combate real mucho más complejo y enrevesado por el acceso de todos a los bienes comunes que hoy se libra en la tierra. En ese combate los buenos y los malos no se distinguen: no hay humanos y elfos azules, sino sólo humanos atravesados por relaciones sociales contradictorias.
Expulsar el comunismo a Pandora es negar la íntima división de nuestras sociedades en las que, por detrás y por debajo de las relaciones de mercado, existen y operan ya formas comunistas de relación a los medios de producción con un peso decisivo. Esta negación de la división interna corresponde a un fenómeno reconocido por Freud y por Lacan con los nombres de "Verwerfung" o de "Forclusión" en el cual un significante inaceptable para el sujeto es expulsado del orden del lenguaje hacia lo real, lo no simbolizable."Existe -sostiene Freud en su artículo sobre Las neuropsicosis de defensa de 1894 - un tipo de defensa mucho más enérgica y mucho más eficaz, que consiste en que el yo rechaza (verwirft) la representación intolerable, simultáneamente con su afecto, y se comporta como si la representación no hubiera llegado jamás al yo". La representación intolerable incorporada en el significante "comunismo" debe así ser expulsada: dado el peligro mortal para el orden capitalista de reconocer su propia inanidad, Pandora no es un lugar demasiado alejado. Eso permite, por lo demás el retorno del comunismo objeto de forclusión bajo la forma de una alucinación, de una película de ciencia ficción sobre unos personajes azules que habitan un universo psicótico.
La utopía de Avatar es la de un comunismo apolítico. Un comunismo sin lugar para la contradicción ni la decisión, regido por la naturaleza, que guarda un extraño parecido con el mito liberal de un gobierno "natural" de las sociedades a través del mercado. Expulsar el comunismo a 4 años luz de la tierra permite que en nuestro planeta nos quedemos con esa segunda naturaleza que es el mercado y que se presenta al igual que la Gaia de Pandora como un todo coherente que permite una ilimitada comunicación entre los humanos. Despolitizar el comunismo y naturalizar el capitalismo son dos caras de un único proceso.
Ahora bien, no es casualidad que el mito de la comunicación domine los universos sociales sin división interna que existen en la tierra y en el remoto planeta. La negación de la división interna del sujeto, nos enseña el psicoanálisis, conduce al mito psicótico de la conexión universal. No es así extraño que la comunicación de los na'avi con la naturaleza de su planeta se produzca por medios idénticos a los del presidente Schreber con su Dios y con el resto de los individuos. La autobiogragía del presidente Schreber, un magistrado alemán de finales del siglo XIX que escribió las Memorias de un neurópata (Denkwürdigkeiten einen Nervenkranken, Leipzig 1903) fue objeto de un famoso ensayo de Sigmund Freud. En su texto autobiográfico refiere Schreber que Dios se comunicaba con él, transformado en la mujer de Dios, mediante la aparición milagrosa en su cuerpo de órganos sexuales femeninos, a través de los nervios y de esa modalidad sutil de los nervios que eran los rayos solares con los que el creador lo penetraba. Esa conexión de Schreber con Dios se inscribía en un universo donde toda la vida orgánica está intercomunicada a través de una red infinita de nervios divinos. Algo así nos encontramos en Pandora. Los filamentos blancos que cuelgan del árbol de los sueños de los na'avi ("El alma humana -dirá Schreber- está contenida en los nervios del cuerpo...comparables a los más tenues hilos de seda"), la interconexión nerviosa rizomática que los une con los demás seres vivos y con el conjunto de la naturaleza ("Dios es -según Schreber- ante todo nervios, no cuerpo, se asemeja así al alma humana. [...] Tienen la posibilidad de transformarse en todas las cosas posibles del mundo creado. En esa función se los denomina rayos; en eso reside la esencia del poder creador divino.") alimentan la ficción de un más acá del lenguaje, de lo que Schreber denominara el "lenguaje de los nervios" o la "lengua fundamental" (Grundsprache). Se trata de una lengua perfecta definitivamente inscrita en lo real, una lengua en la que el Otro ha dejado de ser necesario e incluso posible. La comunicación perfecta tiene un efecto pardójico: la desaparición del otro como tal. Los seres humanos que hablaban a Schreber en sus alucinaciones, en el momento más agudo de su psicosis, se le presentaban así como "monigotes garabateados de manera apresurada". Seres con una realidad precaria, ¿avatares ellos también? ¿avatares todos nosotros en un juego de rol que ha abolido la política y la vida en nombre de la comunicación y el mercado universales?
miércoles, 27 de enero de 2010
Commonwealth de Toni Negri y Michael Hardt, "un libro oscuro y malvado"
(Recensión publicada en el n° 8 la revista Youkali
Commonwealth, de Toni Negri y Michael Hardt un libro “oscuro y malvado”
(Sobre : Michael Hardt, Antonio Negri, Commonwealth, Harvard University Press, Cambridge Massachussets, 2009)
Juan Domingo Sánchez Estop
“Porque Jesús le había dicho: "¡Sal de este hombre, espíritu impuro!"
Después le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" Él respondió: "Mi nombre es Legión, porque somos muchos".
(Mateo 5,8-9)
Commonwealth es el tercer título de la trilogía dedicada por Antonio Negri y Michael Hardt a la mundialización capitalista. El primer volumen, Imperio, examinaba los aspectos constitucionales de la nueva figura de la soberanía representada por el Imperio como forma política del capitalismo mundializado, el segundo volumen, Multitud, se centraba en la descripción del sujeto antagónico interno al Imperio, este tercer volumen pretende perfilar las modalidades materiales de una nueva constitución que supere el capitalismo y el Imperio a partir de un “comunismo de los comunes” que se asocia al viejo término de “Commonwealth”.
La recepción de este nuevo libro no ha estado marcada ni por el entusiasmo con que se recibió Imperio, ni por el silencio que acogió a Multitud, sino por una crítica durísima por parte de la derecha y de la socialdemocracia neoliberales. Así afirma el Wall Street Journal (7.10.2009) que “Commonwealth es un libro oscuro, malvado, y es inquietante que aparezca bajo el prestigioso imprimatur de Harvard University Press. Incontables millones de personas fueron masacradas por secuaces de Karl Marx en el siglo XX. Dios nos asista si regresa este azote en el siglo XXI” y sostiene el Independent a propósito de Commonwealth y de la última obra de Slavoj Zizek que “Una de las ideologías más desacreditadas de la historia está regresando – no ya como una fuerza política sino como una mercancía en el mercado.” El libro parece pues haber enfadado, no sólo por motivos incluso aceptables -su farragosidad y sus repeticiones, tanto internas como respecto de los dos volúmenes anteriores- sino sobre todo por su afirmación de la actualidad de una hipótesis revolucionaria anticapitalista desplegada en múltiples instancias. Ciertamente esta afirmación sigue siendo bastante abstracta, pero es lo suficientemente enérgica para empezar a inquietar a quienes pensaron que la línea de mercancías iniciada con Imperio se quedaría en una moda inofensiva, que incluso podría aplaudirse en la medida en que parece apoyar la mundialización. Nos detendremos sólo en algunos aspectos de este libro “oscuro” y “malvado” para mostrar que está escrito desde un lugar donde para muchos integrantes de la derecha como de la izquierda “huele a azufre”. Buena señal.
El término “Commonwealth” no es de fácil traducción. Al igual que otras lenguas germánicas, el inglés utiliza términos de origen latino para expresar aspectos formales o ideales y se vale de términos de estirpe germánica para denotar sus aspectos materiales. Ocurre así con el término latino respublica que se traduce en inglés por Republic, o Commonwealth. Este último término es un compuesto de common, común y wealth, riqueza (como en la Wealth of Nations de Adam Smith) que traduce adecuada aunque no literalmente, los elementos del compuesto latino respublica, de res , la cosa, el interés, y publica, esto es, lo que se sitúa en el plano de la ciudad y no en el de la familia, la economía y la vida privada. Commonwealth era asimismo el nombre que dio Cromwell a la entidad política sobre la que se erigió como Lord Protector, y es también el nombre que da Hobbes al cuerpo político cuya forma y materia se examinan en el Leviatán. Para Negri y Hardt Commonwealth será el significante emblemático del conjunto de la tradición política republicana. El término en sí mismo indica, sin embargo, una atención preferente a los aspectos de “constitución material” de la república. La república es así, o bien una commonwealth en el sentido literal de la palabra o una república de los propietarios. Y es que la constitución política de la modernidad se ve afectada por una escisión interna en cuanto se tiene en cuenta su aspecto de “constitución material”. Así, la tradición dominante -liberal- del pensamiento político ha considerado que “A partir del momento en que se admite la idea de que la propiedad no es tan sagrada como las Leyes divinas y que no existe una fuerza legal y una justicia pública para protegerla, comienzan la anarquía y la tiranía”1 Según Negri y Hardt, los conceptos de “república” y de “propiedad” no son sin embargo inseparables y no es tampoco necesaria la ecuación entre homo politicus y homo proprietarius.
Partiendo, con todo, del hecho histórico de la hegemonía de la república de los propietarios sobre cualquier otra interpretación democrática o comunista del republicanismo, de lo que se trata es de desarrollar las potencialidades del proyecto revolucionario republicano “bloqueadas” por la retranscripción de los derechos individuales y políticos en términos de propiedad. Como afirman las autores: “Cuando el derecho de propiedad se hace de nuevo central dentro de la constelación de nuevos derechos afirmados por las revoluciones burguesas, deja de ser simplemente un derecho real y se convierte en el paradigma de todos los derechos fundamentales.”2 Para el orden burgués históricamente hegemónico “l'esprit des lois, c'est la propriété” (el espíritu de las leyes es la propiedad), con lo cual los derechos pierden toda relación efectiva con la productividad y socialidad de la fuerza de trabajo, con el trabajo vivo, y se convierten en meros representantes del trabajo muerto, del capital como objeto paradigmático de propiedad. De este orden republicano corrompido por la propiedad, pero no reductible a ella, es de donde debe arrancar cualquier proyecto de liberación.
Es este un aspecto fundamental del libro, en el cual se desvelan el método y la estrategia política de los autores, inspirada en gran medida en Spinoza y en Foucault. De lo que se trata es de evitar la ilusión generadora de impotencia de una supuesta efectividad totalitaria del poder capitalista. Los planteamientos de Giorgio Agamben en los sucesivos volúmenes de Homo Sacer son aquí el objeto principal de la crítica. Considerar que la excepción como transcedencia es la base del poder actual del capital y buscar un modo de oposición a su dominio en otra forma especular de transcendencia es una fórmula segura de generar derrotismo y pasividad. Frente a los análisis decisionistas del poder, nuestros autores oponen una forma particular de recuperación del método transcendental kantiano convertido en instrumento de crítica ilustrada del capitalismo. Ciertamente, no es que Kant no fuera un firme defensor de la república de los propietarios, pero su método crítico es un poderoso instrumento que nos ayuda a disipar las brumas teológicas del decisionismo político. “Del mismo modo -dirán los autores- que Kant descarta todas las preocupaciones de la filosofía medieval por las esencias transcendentes y las causas divinas, también debemos ir más allá de las teorías de la soberanía basadas en el gobierno de la excepción, que en realidad sólo encubren viejas nociones de las prerrogativas reales del monarca. En lugar de esto, debemos centrarnos en el plano transcendental del poder, en el que el derecho y el capital son las fuerzas principales. Estos poderes transcendentales producen obediencia no ya mediante el mando del soberano ni principalmente mediante la fuerza, sino más bien estructurando las condiciones de posibilidad de la vida social.”3
Esta opción metodológica tiene inmediatamente consecuencias políticas, pues el capital y el derecho no aparecen como una absoluta alteridad sino como un medio internamente escindido en el que se producen las luchas y se plantea la propia gestación del comunismo: “...debemos -dicen Negri Y Hardt- destacar de qué modo las consecuencias prácticas de esta crítica transcedental de la república de la propiedad superan la impotencia y la amarga resignación que caracterizan a los análisis “transcendentes” de la soberanía y el fascismo. Nuestra crítica del capital, la constitución republicana y su intersección como formas trascedentales de poder no supone ni absoluto rechazo, ni, por supuesto, aceptación y aquiescencia. En lugar de ello, nuestra crítica es un proceso activo de resistencia y transformación, que libera sobre una nueva base, sobre todo el trabajo vivo encrerrado en el capital y la multitud acorralada en su república.”4 De lo que se trata aquí no es de una creación ex nihilo, sino de un “proceso de metamorfosis que crea una nueva sociedad en la cáscara de la antigua”. Exactamente lo mismo que ocurrió con el advenimiento del capitalismo histórico. Desde dentro del desarrollo capitalista y no desde el espacio mistificado de la excepción pueden plantearse las posibilidades efectivas de un comunismo potente cuya base es la libertad y la capacidad productiva de la multitud más allá de las trampas del dispositivo de poder liberal que contrapone el Estado y el mercado, lo público y lo privado. Lo común, los comunes, se encuentran más allá de esta disyuntiva. No existe así continuidad de ningún tipo entre un comunismo de los comunes y un socialismo, pues el Estado y lo público son formas de expropiación de lo común. La propiedad, poco importa que sea pública o privada es enemiga de lo común y poco importa a este respecto que la expropiación de los comunes sea obra del Estado o de agentes privados (respaldados por el Estado). De lo que se trata es de poder pensar lo común como tal más allá de su representación mistificada en lo público o de su fragmentación en las distintas formas de la propiedad privada.
A pesar de la identificación histórica de propiedad y derechos, existe otra cara de la tradición republicana, una cara oculta con una importante potencialidad liberadora que es preciso recuperar desde el interior mismo del capital y de su derecho. La teoría y la práctica de la Commonwealth comunista surge así de la escisión interna del orden republicano histórico, de una modernidad que siempre ha implicado una anti- o altermodernidad como su necesario correlato interno. No sólo no hay poder sin resistencia, sino que la resistencia es, según Foucault, Deleuze y la tradición autónoma del marxismo (Tronti) incluso anterior al poder: el poder se afirma como un aspecto interno de la multitud, como relación y nunca como sustancia trascendente y soberana. La contraposición de las modernidades se manifiesta desde el comienzo tanto en el plano interno al occidente capitalista, con las resistencias populares al orden de la propiedad, como con la esencial relación del centro capitalista con sus periferias. La relación colonial y postcolonial es una aspecto determinante del orden existente. De ahí la importancia que dan Negri y Hardt a los “estudios postcoloniales” representados por Bhabha, Spivak o Said. Se trata de afirmar una lógica del encuentro en la cual la dominación no es un hecho unívoco y los vencidos producen también efectos sobre los vencedores, por mucho que el discurso de estos últimos pretenda excluir enteramente al de los primeros como bárbaro o primitivo: “ambas partes se ven modificadas por la relación. El concepto de encuentro destaca el carácter dual de la relación de poder y el proceso de mezcla y transformación derivado de la lucha de dominación y resistencia.” 5
Del mismo modo, en los propios países centrales, el capitalismo siempre ha tenido que contar con un proletariado dotado de una subjetividad propia. Subjetividad que el capital ha podido en cierto modo reificar, colocar en dispositivos fabriles o mecánicos que han permitido hasta el fin del fordismo en los años 60 a 70 del siglo XX ignorar la capacidad social activa del trabajo vivo. A partir de la crisis definitiva del fordismo, este aspecto no ha podido ya ser puesto de lado por el capital; éste, en lugar de ocultarlo ha tendido a apropiárselo como fuente fundamental del valor. Cuando el capitalismo no puede ya producir mercancías destinadas a satisfacer necesidades o deseos más o menos prestablecidos, tiene que conectarse directamente con los “modos de vida” en que se generan estas necesidades y deseos, vampirizar sus dispositivos de producción, que no se distinguen de la producción del hombre y de la sociedad por sí mismos. En la producción biopolítica, la economía lo ha englobado todo, con lo cual, en cierto modo ha desaparecido como esfera particular. La economía es directamente política y los modos de colaboración de la nueva figura del proletariado, intelectual, afctiva y precaria perfilan la constitución comunista.
El capitalismo postfordista ha centrado su reflexión económica en la teoría de las externalidades. Las externalidades, tanto positivas como negativas son elementos que afectan a los procesos productivos desde el exterior y que facilitan o dificutan la producción de valor. La sociedad, los modos de vida de los diferentes sectores de la multitud son externalidades positivas que se han convertido también tendencialmente en el objeto mismo de la producción, pues ya no se trata de producir mercancías sino de captar los mecanismos de producción de los modos de vida, de la propia sociedad como tal. La producción es así tendencialmente biopolítica, producción de la vida misma y del orden social. Incluso bajo la hegemonía de la república de los propietarios, debe desarrollarse de modo latente un comunismo de lo común que concentra en la producción biopolítica de la multitud lo esencial de la capacidad productiva del sistema. El capital se hace así cada vez más parasitario, cada vez menos capaz de organizar la producción, convirtiéndose en un mero mecanismo de captación de renta. El capitalismo se vuelve ancien régime, un antiguo régimen con rasgos feudales y tributarios que funciona según una doble estrategia intensiva y extensiva. La estrategia intensiva es aquella mediante la cual puestos de mando tanto públicos como privados controlan y regulan los procesos de producción social a través de varias técnicas de disciplina, vigilancia y control. Se trata pues del conjunto de técnicas que Foucault tematizara como configuradoras del poder moderno, desde la sociedad disciplinaria hasta la actual sociedad de control.
Las estrategia extensivas “están tipificadas por la acción de la finanza, pues esta no interviene directamente en las redes productivas sino que se extiende por encima de ellas, expropiando y privatizando la riqueza común integrada en los conocimientos acumulados, los códigos, las imágenes, las prácticas afectivas y las relaciones biopolíticas que producen. [...] El mundo financiero en su relativa separación mima (o en realidad refleja invirtiéndolos) los movimientos de la fuerza de trabajo social.”6
Tal vez la mejor parábola de la dominación capitalista y de su contradicción con el comunismo de los comunes que le sirve de base material la presentan Negri Y Hardt en el capítulo 5.3 en el cual Monsieur le Capital va a ver a un médico o psicoanalista y le cuenta un sueño recurrente que le causa angustia. Monsieur le Capital sueña que, hambriento, intenta coger un apetitoso fruto de un árbol cercano. A pesar de su artritis, tras repetidos esfuerzos logra hacerse con él y lo que tiene en sus manos es una cabeza humana reseca. El doctor le explica así su sueño: “Los sujetos ya no producen objetos que después reproducen sujetos. Hay una especie de cortocircuito por el cual los sujetos simultáneamente producen y reproducen sujetos a través de lo común. Lo que está Ud. intentado tomar en sus manos, Monsieur le Capital, es la subjetividad misma. Pero, paradójicamente, trágicamente, al poner sus manos sobre la producción de subjetividad, destruye Ud. lo común y corrompe el proceso, haciendo que se extingan las fuerzas productivas.”7 En conclusión, el Doctor Subtilis le da un consejo de tono bíblico: “Todo lo que puedo decirle es ¡no toque el fruto!”
La gran virtud del libro de Negri y Hardt es atreverse a plantear las bases materiales y subjetivas a la vez del fin del capitalismo, algo que poquísimos esconomistas, incluso de izquierda radical hacen hoy día. Se trata, sin duda de una larga transición, pero lo esencial es reconocer las fuerzas existentes. La subjetividad es la base de los procesos de la economía inmaterial y de las formas de trabajo precario en que trabajo y vida tienden a confundirse, es también la base de una nueva forma de organización política basada en el otro patrimonio republicano: “Es necesaria una política de libertad, igualdad y democracia de la multitud”. Una libertad y una igualdad fundadas no ya sobre la propuedad y su garantía sino sobre el libre acceso de todos a los comunes.
Esto supone una sociedad sin jerarquías, libre de identidades sometidas: clase, raza, género. La lucha contra la propiedad tiene su correlato necesario en la lucha contra la identidad: “Cuando la libertad se configura como la emancipación de un sujeto existente, la identidad deja de ser una másquina de guerra y se convierte en una forma de soberanía. La identidad como propiedad, por rebelde que sea, siempre puede acomodarse en las estructuras de la república de la propiedad”. 8Lo que reivindican los autores de Commonwealth es una auténtica monstruosidad de la multitud en la cual quede traducida su éxodo de las formas. Su figura es la singularidad siempre determinada por las otras singularidades internas y externas en un incesante proceso de diferenciación. La singularidad radicaliza la individualidad conduciéndola más allá de la identidad y de la propiedad, pensándola en un proceso siempre inacabado de individualización. “Lo que la identidad es a la propiedad, lo es la singularidad a lo común?”9
“La revolución no es para corazones delicados. Es para los monstruos. Tienes que perder lo que eres para descubrir aquello en lo que puedes convertirte”.10Si Kant había planteado la hipótesis de un gobierno racional válido incluso para los demonios, aquí nos encontramos con la hipótesis de una revolución protéica y múltiple cuyo objetivo es un gobierno de los monstruos por los propios monstruos, un gobierno de lo inconmensurable, más allá de la identidad. Aquí nos encontramos con la principal dificultad de esta propuesta, que la hace derivar hacia posiciones de neutralización de lo político, que se hacen patentes cuando Negri y Hardt proponen el esquema neoliberal de la “gobernanza” como matriz de un gobierno postcapitalista de la multitud. Esto era previsible a partir del momento en que el concepto de multitud pasa de su estatuto de horizonte ontológico de la política al de sujeto político monstruoso.
Ciertamente, tomar la multitud como punto de partida ontológico como lo hace Spinoza tiene una gran ventaja: la de disipar en el plano teórico todas las fantasmagorías decisionistas y soberanistas. La soberanía y la decisión se sitúan en un plano imaginario. Este plano imaginario no es una mera ilusión, pues no carece de causas ni de efectos prácticos. Para Spinoza, el régimen de la política es un régimen necesariamente pasional e imaginario. La multitud no se mantiene en un estado informe: se configura como pueblo sometiéndose a un soberano (aunque este sea un soberano popular: el pueblo mismo). La escisión interna de la multitud no es más superable que el conocimiento imaginario que, según el propio Spinoza, nos hace ver el sol como un tálero de oro, por mucho que sepamos cuál es su naturaleza y su dimensión real. Ciertamente, el régimen pasional e imaginario puede moderarse, existen regímenes mejores, más libres que otros; pero no puede suprimirse.
La búsqueda de una democracia absoluta, una democracia de la multitud situada más allá de las identidades, tiene mucho que ver con la pretensión de ciertos teóricos queer -que Negri y Hardt contemplan con simpatía- de abolir toda identidad sexual. La no escisión de la multitud humana convertida en un todo donde se despliega un continuum de diferencias sin ninguna frontera definitiva supone en términos psicoanalíticos la negación de la castración. Ahora bien, esta negación de la castración basada en el rechazo del nombre del padre y de la ley que este instituye tiene como terrible consecuencia el surgimiento de un poder sin límites, un poder materno que Lacan representa como una mamá cocodrilo con un niño en sus fauces. Negri y Hardt ignoran que toda subjetividad es subjetividad representada en el orden simbólico instituido por el nombre del padre, que no hay subjetividad al margen de la lógica de la representación y de la identidad. Esto los sitúa, muy a pesar suyo en las fauces mismas del cocodrilo, del Leviatán materno que no es sino virtud proteica del capital, capacidad de asimilarlo todo, incluso un discurso radical sobre el comunismo. Cuando se niega la diferencia sexual y la castración se anhela una huida del orden simbólico y por consiguiente de la política misma. Queda el imperio del principio de placer también llamado economía.
Tal vez Spinoza nunca acabara el capítulo sobre la democracia con que concluye su incabado Tratado Político por haber chocado muy precisamente con este escollo. ¿Cómo integrar en el cuerpo del soberano de la democracia, la diferencia sexual? Sabemos que una de las primeras cosas que hace en los párrafos de este capítulo que llegó a escribir es excluir a las mujeres del gobierno democrático. Tal no era el caso-en sólo aparente paradoja- en la monarquía racional descrita por Spinoza donde no se plantea explícitamente ninguna exclusión, porque siempre se mantiene la forma de una soberanía del monarca que excluye a todos los demás de la participación en el cuerpo soberano. Esto no impide que la soberanía formal pierda todo contenido al tener que actuar siempre el monarca de una monarquía deseosa de desplegar la potencia común siguiendo los consejos de ministros y asambleas. La monarquía spinoziana es un régimen en último término democrático que se representa a sí misma como un régimen donde la soberanía corresponde exclusivamente al rey. Esto es, sin embargo, lo que le permite, al igual que a la teocracia de los hebreos descrita en el Tratado teológico-político, incluir a toda la población.
La diferencia sexual, como diferencia radical encaja dificilmente en la igualdad en que se basa la democracia absoluta. La fraternidad democrática excluye la sororidad y toda dependencia social. La fraternidad, como enseña Lacan está basada inevitablemente en la exclusión. Tal vez la única manera de plantearse una igualdad política consista en erigir una forma imaginaria de poder trascendente, desarrollando, sin embargo, correlaciones de fuerza que tiendan a vaciarla de contenido. Es algo que estamos presenciando ya a comienzos del siglo XXI. Ya no nos contentamos con soñar que el sastrecillo judío representado por Chaplin sustituya a Hitler, hoy los rapaces, sanguinarios -y por ello mismo “respetables”- presidentes latinoamericanos están siendo sustituidos en la realidad por personajes que no encajan en los códigos de la representación política “normal” y de la “dignidad del Estado” como Hugo Chávez o Evo Morales. Tal vez esta ironía monstruosa de la representación sea más potente que la negación de toda identidad y, por consiguiente, de toda representación. Por algún motivo, Hardt y Negri hablan muy poco de Chávez.
1John Adams citado en Commonwealth, p. 10
2Commonwealth., p. 13
3Comm. p.8
4Comm, p. 8
5Comm., p. 68
6Comm. p. 145
7Comm. 300
8Comm, p. 330
9Comm 339.
10Comm. 340.