miércoles, 18 de febrero de 2009

Chávez indispensable e inesencial

El referéndum recientemente celebrado en Venezuela sobre una reforma de la constitución que posibilita la reelección sin límite de mandatos de los principales cargos públicos de elección popular ha suscitado de nuevo escándalo en numerosos medios de prensa y responsables políticos españoles y europeos. A juicio de estos, el presidente Hugo Chávez pretendería "perpetuarse en el poder" obteniendo un "mandato indefinido", alcanzando así una especie de poder vitalicio. Esto es olvidar, como últimamente se ha señalado, que su permanencia en el cargo depende en cualquier caso de su capacidad de vencer en las sucesivas elecciones e incluso en los posibles referéndums revocatorios que, según las constitución bolivariana en vigor, pueden convocarse por iniciativa popular a mitad de cada mandato. Era de esperar algo de mala fe en aquellos medios que, en su momento, no tuvieron reparo en admitir e incluso aplaudir el golpe de Estado contra el presidente Chávez como una maniobra de "normalización" democrática. Y es que la experiencia revolucionaria bolivariana sigue siendo indigesta para el conjunto de los defensores del consenso racista fundamental en que se basa "nuestro" modelo democrático. Que un importante porcentaje de la población accediera a la ciudadanía, no sólo en términos de voto, sino también de derechos sociales y políticos supuso según la oposición venezolana un "inflamiento del censo" por parte de un gobierno "populista". Efectivamente, con Chávez salieron a la luz del día más de 4 millones de personas que habían sido completamente ignoradas por los gobiernos anteriores en lo que a derechos sociales y políticos se refiere. Esta población negra, india y mestiza constituye la base de apoyo del gobierno de Chávez y el motor de una revolución bolivariana que aspira a romper las barreras de raza y de clase en que estaba tácitamente basado el régimen anterior. En Bolivia, en Ecuador y, en diversos grados, en el resto de América Latina nos encontramos con procesos similares en los cuales grandes movimientos populares pugnan por liquidar el consenso racista mediante una inclusión de las clases populares indias negras y mestizas en una democracia de nueva planta.

En el marco de las sociedades de pasado colonial e incluso esclavista predominantes en América Latina se hace particularmente visible un rasgo fundamental del dispositivo de gobierno liberal y de las "democracias liberales" que en él se basan. Dentro de estos regímenes, se reconocen ciertamente numerosos derechos al conjunto de los ciudadanos: derechos civiles, libertades políticas, inmunidades privadas, incluso derechos sociales. Sin embargo, el "conjunto de los ciudadanos", sin perder su universalidad en el ámbito de las formas jurídicas, se estrecha en la práctica de manera considerable. En la práctica, los derechos quedan limitados al sector de la población que no plantea problemas a la supervivencia del régimen y de sus modalidades diferenciales de explotación y control social. Los individuos libres, iguales y propietarios, los que tienen algo que intercambiar en el mercado son los que constituyen el pueblo, el "conjunto de los ciudadanos". Quedan fuera de éste conjunto, que es un todo exclusivo y excluyente, quienes carecen de propiedad o se encuentran fuera de los circuitos productivos y de intercambio. En los países coloniales este sector de la población está fundamentalmente representado por los descendientes de siervos y esclavos. En los países capitalistas desarrollados, este lugar se ve ocupado por poblaciones procedentes de las antiguas colonias o, en general, de la periferia: inmigrantes con más o menos papeles, refugiados, solicitantes de asilo etc. En casos particulares, como el de los Estados Unidos, la población excluida incluye grupos importantes de población penitenciaria. Sin embargo, incluso los más probos ciudadanos, los que trabajan y tienen propiedades, pueden tener experiencias cotidianas de esta privación de derechos en el marco del despotismo laboral impuesto por unas condiciones de trabajo cada vez más precarias o en esas circunstancias excepcionales, aunque familiares, que son siempre las de cualquier contacto con la institución policial. Las fronteras de la democracia y la ciudadanía pasan así por Guantánamo o los campos de “acogida” de inmigrantes “ilegales”, por las fábricas y las oficinas del precariado o por la comisaría de la esquina.

El objetivo de la revolución bolivariana promovida por Chávez y una amplia coalición de fuerzas sociales y políticas es acabar de una vez por todas con la estructura racista y colonial de la sociedad venezolana. Para ello es necesario que las mayorías sociales accedan a la salud, a la cultura, a la actividad productiva y, por supuesto, a una vida política que no acabe en el voto. Paradójicamente, la multiplicación de las consultas electorales bajo los distintos mandatos presidenciales de Chávez, es muestra de la extraordinaria vitalidad política del país. Las distintas votaciones -en las que no ha salido siempre ganadora la mayoría presidencial como se comprobó en el resultado del referéndum constitucional y en los resultados de las elecciones locales- se realizan en un marco de debate político intenso sobre la realidad del país y sus transformaciones. Podría esperarse, según una lógica europea o norteamericana, que un pueblo que apoya mayoritariamente y de manera reiterada el liderazgo de Hugo Chávez fuese políticamente pasivo, que la presencia en la más alta magistratura de la República de un personaje carismático sustituyese todo tipo de actuación política por parte de la población. Esto, con carisma o sin carisma de los dirigentes, es lo que ocurre de manera sistemática en las democracias liberales. En ellas, el pueblo abandona masivamente todo protagonismo político en favor de los distintos poderes del Estado que se erigen en sus representantes. Como afirmaba ese gran clásico de la forma más burguesa del liberalismo que fue Benjamin Constant, la libertad de los "modernos" consiste, no en participar en la vida política de la ciudad, sino en disfrutar de sus "goces privados". El gobierno, considerado como una actividad, por un lado pesada y por otro peligrosa, queda así en mano de administradores profesionales. En este tipo de régimen, lo único que ofrece a la población un símil de garantía contra el despotismo de sus dirigentes es la posibilidad de cambiarlos periódicamente. En el capitalismo liberal, lo único que puede cambiar son los representantes políticos. Por supuesto, a condición de que no cambie nada más. Cuando se parte del dogma liberal que afirma la naturalidad de las relaciones sociales y económicas, toda pretensión de transformarlas supone una transgresión, no ya de las leyes humanas sino de las que impone la propia naturaleza. La gran ficción en que se basa la dominación capitalista en el contexto liberal consiste en el rechazo de que unos hombres gobiernen a otros, lo cual no está reñido con la más completa sumisión a una pretendida dominación de la naturaleza en lo que a la economía y la sociedad se refiere. Mercier de la Rivière, uno de los primeros " economistas" de la escuela fisiocrática sostenía que era posible y aun provechoso un despotismo político basado en el más estricto respeto de de lo que consideraba como "las leyes de la naturaleza". Lo que hoy denominamos libertad de mercado se denominaba aún en el siglo XVIII "despotismo". Sostiene así Mercier: «el despotismo natural de la evidencia conduce al despotismo social: el orden esencial de toda sociedad es un orden evidente, y como la evidencia siempre tiene la misma autoridad, no es posible que la evidencia de este orden sea manifiesta y pública, sin que gobierne despóticamente.» (Le Mercier de la Rivière, L'ordre naturel et essentiel des sociétés politiques, Nourse-Desaint, Londres- Paris,1767, p. 280).


Sin embargo, para que este despotismo fuese aceptable, este debía desprenderse de todo carácter personal. El monarca despótico de Mercier debía ser un mero ejecutor de los preceptos dictados por el orden natural de la sociedad. Se comprende así que las democracias liberales herederas de este pretendido gobierno natural consideren fundamental para la libertad de los ciudadanos el cambio de las personas que ostentan la representación política. La política en cuanto tal ha perdido todo contenido, pues el orden social y económico fundamental resulta inalterable: en términos de Margaret Thatcher, "No Existe Alternativa, There Is No Alternative (consigna antipolítica que se traduce en las siglas TINA, el SPQR del Imperio neoliberal). En el capitalismo democrático y liberal, los ciudadanos se ven representados por un poder doblemente legitimado por las elecciones y por su ortodoxia en materia económica. Esta última se basa en un saber que se supone a todo gobierno que actúe conforme a los pretendidos dictados del mercado, esto es conforme a los intereses de los grupos capitalistas dominantes. Para los detentadores de ese saber toda discrepancia, todo oposición tiene su origen en la ignorancia. Existe así la verdad, que se expresa como evidencia natural y, frente a ella, las distintas variantes del “populismo”, o de los intentos “irracionales” de defender los intereses populares frente a los dictados del capital. En un contexto de igualdad política formal entre los ciudadanos, el único modo de hacer pasar este efectivo despotismo por una forma de democracia consiste en impedir (aun así con algunas excepciones como las “monarquías constitucionales” o los regímenes liberales abiertamente dictatoriales), que los mismos personajes se perpetúen indefinidamente en los principales cargos de representación política. De ese modo, es posible realizar a la vez el ideal de Rousseau de que un hombre no gobierne a otro hombre y el de Mercier de que el auténtico rector de la sociedad sea la naturaleza. El peligro del despotismo y del totalitarismo no hay que situarlo tanto en los regímenes denominados “populistas” como en el propio (neo)liberalismo como negación de la política y del antagonismo en nombre de la naturaleza. Afirma en este sentido Ernesto Laclau: “Para pensar el totalitarismo hay que pensar en regímenes que no construyan a un pueblo sino que pongan límites absolutos a la construcción de ese pueblo. Si se piensa en regímenes autoritarios, potencialmente totalitarios, en América Latina, no hay que pensar en el populismo sino, por ejemplo, en el neoliberalismo.”


En el caso de Venezuela nos encontramos con una situación sumamente distinta. Tras la quiebra del modelo de democracia liberal oligárquica consecutiva a la gran insurrección popular contra el neoliberalismo que representó el Caracazo, la alternancia de los políticos profesionales en los principales cargos representativos perdió toda significación. La propia llegada a la presidencia de la República de un personaje como Hugo Chávez Frías que no es ningún político profesional muestra la amplitud de una crisis de representación política correlativa a la crisis de legitimación social del capitalismo en Venezuela. Conquistar la democracia por parte de las mayorías sociales, no sólo en Venezuela y América Latina sino en el resto del mundo capitalista supone romper con el despotismo de un gobierno supuestamente natural. Resulta fundamental para ello liquidar los mecanismos ideológicos y políticos que reproducen la “naturalidad del mercado”, una naturalidad que apenas logra ocultar el poder de clase de las oligarquías capitalistas.


La revolución bolivariana, a pesar de las numerosísimas dificultades que atraviesa y de sus importantes contradicciones, avanza en ese sentido, fomentando la apropiación por parte del pueblo de la riqueza social y de los medios de producción, pero también desarrollando a través de los consejos comunales formas de democracia que no sólo permiten sino que requieren una constante intervención de la ciudadanía. En este contexto, la posibilidad de que Hugo Chávez sea reelegido por un número indefinido de mandatos, refleja la exigencia de dar continuidad a un proceso largo y difícil de transformaciones sociales, y en ningún modo la sumisión del pueblo venezolano a los dictados de ningún déspota. A diferencia de lo que ocurre en las democracias liberales en las que lo único que puede cambiarse son los gobiernos, en el proceso revolucionario bolivariano lo determinante es la transformación social efectiva, aquella misma que resulta imposible en un marco liberal y representativo en el que la población se dedica a sus “goces privados”. La permanencia de Hugo Chávez en la presidencia de la República depende así de su capacidad de contribuir desde su cargo a neutralizar el espacio de la representación política y su correlato dentro del dispositivo liberal que es la pretendida autorregulación de la esfera económica. Ciertamente se necesita tiempo para ello, lo cual justifica que Chávez vuelva a presentarse ante los electores para obtener uno o varios nuevos mandatos presidenciales. Para el proceso bolivariano, Chávez es a la vez indispensable e inesencial. Indispensable, pues, al menos de momento, representa la continuidad de la revolución y asume una indispensable función de destrucción de la función representativa, precisamente mediante su retórica “populista” perfectamente inadecuada a la “dignidad” del cargo presidencial. Inesencial, porque el objetivo de la revolución, en palabras del propio Chávez es acabar con el Estado burgués y sus dispositivos de despolitización mediante la representación. Tal vez sea necesario que, durante un cierto tiempo, Venezuela mantenga en la presidencia a esa bestia negra de todas las oligarquías capitalistas que es Hugo Chávez. Que no cambie de presidente, mientras la sociedad experimenta un cambio decisivo. En cualquier caso, si Chávez se opusiera a los objetivos de transformación social y de conquista de la democracia, la constitución bolivariana contiene ya medidas eficaces para prevenir la consolidación de una dictadura personal. Una de ellas, por cierto heredada de la singular experiencia de democracia revolucionaria que fue la Comuna de París, es la posibilidad de revocar a mitad de su mandato a todos los cargos públicos electos, incluido, naturalmente, el presidente de la República.

sábado, 7 de febrero de 2009

Eluana (Englaro) o la vida obligatoria. Del racismo al vampirismo

"El Estado no tiene por finalidad transformar a los hombres, de seres racionales en animales o en autómatas" Spinoza, Tratado teológico-político, XX

En sus cursos sobre la biopolítica de finales de los años 70, Michel Foucault contraponía dos tipos de poder: un poder soberano, basado en la ley y cuya prerrogativa es “hacer morir y dejar vivir” y un poder biopolítico cuyo objeto es la vida de las poblaciones y que tiene por máxima “hacer vivir y dejar morir”. Ambos poderes coexisten y se articulan entre sí. En nuestras sociedades nos encontramos así con la coexisteencia de formas de poder centradas en la ley y en la represión de sus infracciones y de otras formas de poder que se caracterizan por un permanente control de las poblaciones y de los individuos encaminado al fomento de la vida. Conocemos, de ese modo, un poder soberano, legal y discontinuo, que se manifiesta preferentemente como fuerza que castiga las infracciones y otro poder permanente y mucho más discreto que el anterior, que se ejerce sobre la vida y la población. Caracteriza al poder soberano el hecho de que allí donde no tiene que imponer su ley mediante sanciones e incluso mediante el ejercicio de su monopolio del poder de matar, “deja vivir” a los súbditos. Allí donde la ley no regula la realidad, la vida tiene derecho a expresarse con libertad. El poder tremendo del soberano, clásicamente representado en el Leviatán de Hobbes es, con todo, un poder discontinuo, que sólo interviene episódicamente para restablecer el orden legal, pero que, por lo demás, no interfiere innecesaiamente en la vida. Esta última, clásicamente, sigue perteneciendo a la esfera privada e incluso íntima de los individuos.

El surgimiento de un poder biopolítico, cuya coexistencia con el poder legal del soberano marcará el surgimiento del modelo liberal de gobierno, cambia radicalmente el planteamiento caracteristico de la soberanía. En cierto sentido, lo invierte. Su máxima “hacer vivir y dejar morir” conecta de manera decisiva el poder con la vida y deshace las lindes entre lo público y lo privado. Cuando se afirma que el biopoder gobierna la vida de la población, ello equivale a decir que fomenta su calidad y su intensidad y regula su cantidad. Para conseguir este objetivo no opera mediante intervenciones directas, sino estableciendo dispositivos que obtienen resultados concretos (un aumento o disminución de la población, un incremento de la riqueza, una mejora de la salud) mediante la acción libre de todos y cada uno de los integrantes de esta población. El fomento de la vida que se expresa en el liberalismo como la creación de un marco para el logro de la “felicidad individual” es así el principio fundamental por el que se rigen nuestras sociedades. Quienes lo transgreden, como los asesinos, los terroristas o los delincuentes sexuales, quedan calificados como enemigos del plan biopolítico de fomento de la vida mediante la libertad, como enemigos de la vida y de la humanidad, formas de vida nocivas y que, como tales, pueden exterminarse. Esto es en gran medida lo que explica la inmensa popularidad del homicidio en la literatura y el cine de masas y del terrorismo y la pedofilia en los medios de comunicación y el espectáculo político.

El caso de Eluana Englaro, la joven italiana que llevaba 17 años en coma profundo y entorno a la cual se ha desarrollado -y tras su muerte persiste- un importante debate ético y político en Italia, ha venido a recordarnos la pertinencia de estas observaciones de Foucault. Tras años de combate judicial, los padres de la joven lograron que la justicia italiana permitiese a los médicos desconectar a Eluana Englaro del complejo dispositivo que la mantiene en vida vegetativa. Cuando por fin parecía posible poner término a la pesadilla que constituye la prolongación indefinida de un estado que no es ni de vida ni de muerte, se produjo una doble intervención de la Iglesia católica y del gobierno de Silvio Berlusconi para impedir que acabara este prolongadísmo caso de ensañamiento médico.

Para la Iglesia, se trataba de defender, como en el caso del aborto, la vida como don de Dios frente a los intentos humanos de disponer de ella. Bien es cierto que este principio no es tan absoluto como parece, pues la Iglesia acepta en determinadas condiciones decisivas excepciones a esta norma, como la pena de muerte y la “guerra justa” y tampoco se escandaliza demasiado su jerarquía por el orden capitalista que mata de hambre y enfermedades curables a millones de seres humanos cada año. Ciertamente, en estos casos, se trata de proteger bienes superiores como el orden político y jurídico, que como se sabe, nos ponen al amparo de males mayores. Según el dicho escolástico minus malum habet rationem boni (el mal menor guarda cierta proporción de bien). De manera general, la presencia del mal en el mundo, incluso del mal que afecta injustamente al inocente, puede justificarse dentro de los vericuetos insondables del plan divino de salvación que los padres de la Iglesia denominaron “Economía”. El dolor, el mal, el sufrimiento tienen una finalidad para el cristiano. Benedicto XVI en el sermón del Angelus pronunciado el 1 de febrero y reproducido en el Osservatore Romano ilustraba perfectamente esta tesis con macabra poesía: “ Es precisamente "la fuerza de la vida en el sufrimiento” el tema que los obispos italianos han escogido para su habitual Mensaje con ocasión del Día de la Vida que hoy se celebra. Me uno de todo corazón a sus palabras en las que se advierte el amor de los Pastores por la gente, y el valor de anunciar la verdad, el valor de decir con claridad, por ejemplo, que la eutanasia es una falsa solución al drama del sufrimiento, una solución que no es digna del hombre. La auténtica respuesta no puede ser, efectivamente, dar la muerte, por "dulce" que esta sea, sino dar testimonio del amor que ayuda a enfrentarse al dolor y a la agonía de modo humano. Tengamos esta certidumbre: ninguna lágrima, ni de quien sufre ni de quien está cerca de él, queda desperdiciada ante Dios.” En la economía cristiana, el dolor no es algo simplemente negativo, sino el mejor modo de que el hombre participe en el sufrimiento y la muerte de Jesucristo. Tiene así un valor instrumental. Es inversión y no pura pérdida. Intentar suprimirlo o paliarlo excesivamente es oponerse a los planes de la providencia de manera arrogante y egoista. De ahí que la eutanasia, al igual que el suicidio, resulte absolutamente inaceptable.

Para Berlusconi, por su parte, se trataba de seguir la línea marcada por la Iglesia dentro de una práctica política caracterizada por el decisionismo y la banalización de la excepción. Su actitud se justifica como una paradójica manifestación de poder “soberano” ante una situación de urgencia y excepción: más allá del “dejar vivir” biopolítico que debería permitir lógicamente que se pusiera fin al ensañamiento médico con Eluana Englaro, su posición representa una afirmación de un poder que se niega a “dejar morir”, que no se limita a fomentar la vida, sino que obliga a vivir. Un poder soberano que impone, no ya la pena de muerte, sino la “pena de vida”. Según el padre de Eluana Englaro, esta vida vegetativa obligatoria, más allá de la vida propiamente dicha “es peor que una condena a muerte”. Se trata de una situación que guarda cierto paralelismo con la alimentación forzada impuesta a los presos en huelga de hambre, de la que tenemos un ejemplo reciente en la actitud que adoptó el régimen español con el preso político vasco Iñaki de Juana. Es algo así como una pena de muerte al revés, en la cual un poder a la vez soberano y biopolítico que no deja vivir, sino que obliga a hacerlo, no permite tampoco a sus súbditos morir. La combinación del principio de soberanía y del régimen de gobierno biopolítico se traduce en estos casos en una absolutización totalitaria del objetivo de fomentar la vida por parte de algunos representantes de los poderes soberanos de este y del otro mundo.

El margen de libertad que quedaba a los individuos y a los grupos humanos en un régimen de poder soberano se afirmaba como un “dejar vivir” correlato del “hacer morir”. El poder soberano que dispone del monopolio del homicidio legítimo abandonaba de ese modo la vida a su suerte, asumiendo tan sólo como propio el ámbito de la ley y de la muerte. Inversamente, el poder biopolítico reconoce en principio como ámbito de libertad el “dejar morir”. Cuando ya no se puede fomentar la vida o cuando no se desea hacerlo, por ser esta vida “indigna de vivirse”, el gesto del poder biopolítico no es matar, sino dejar morir. La muerte es así uno de los pocos espacios de intimidad que siguen existiendo en un régimen biopolítico plenamente desarrollado. En régimen biopolítico, todo lo que tiene que ver con la vida y la salud es exaltado, es objeto de publicidad y de control, mientras que la muerte directa -no la espectacular de la televisión o del cine- es cuidadosamente ocultada.

Sostenía Foucault que, cuando en régimen biopolítico era necesaria la reafirmación del poder soberano, este ejercía su derecho a quitar la vida no de manera absoluta, sino en nombre de la defensa de la vida. Para ello, tenía que operarse dentro del continuum vital un corte entre la vida que debe protegerse y las formas de vida que resultan nocivas para esta y deben destruirse. El discurso que determina este corte, el que lo justifica y lo orienta es el del racismo. El racismo es el modo en que el soberano hace su aparición transcribiendo su modo específico de poder en términos biopolíticos, merced a una delimitación de las formas de vida que se pueden y deben liquidar. Sabemos que el nazismo representa una articulación ejemplar de formas extremas de poder soberano y biopolítico. Ello lo convertía necesariamente en un poder estructuralmente racista. Sin embargo, formas normales y “democráticas” del Estado liberal mantienen también prácticas y discursos racistas a la hora de gestionar el poder sobre territorios coloniales, poblaciones inmigrantes, disidentes políticos, delincuentes sexuales, enfermos mentales etc.

La posición mantenida por Berlusconi en el caso "Eluana" o por el gobierno de Zapatero en el caso De Juana no corresponde a este supuesto, sino tal vez a uno radicalmente inverso, en el cual el poder biopolítico tiene que afirmarse como poder soberano. Del mismo modo que el poder soberano, para ser operativo en contexto biopolítico, debe matar en defensa de la vida, el poder biopolítico en contexto de legitimidad soberana debe obligar a vivir para expresar su facultad de tomar posesión de la vida de un individuo. Reflejo especular del racismo, esta combinación aún sin nombre de un régimen biopolíico con una legitimidad soberana, sugiere una nueva vía de excepción: la condena a vida se opone a la condena a muerte como la continuidad de lo biopolítico a la discontinuidad de la soberanía. El equivalente de una pena de muerte en términos biopolíticos sería así el manenimiento indefinido de esta vida más allá de la muerte cuyos ejemplos literarios se encuentran en las novelas de vampiros o en los relatos de zombis. Las almas en pena son sobre todo cuerpos en pena que no encuentran el sosiego de la muerte. La tentación vampirista del poder moderno, soberano y biopolítico a la vez no es incompatible, sino perfectamente complementaria con el racismo. El poder que pretende mantener entre la vida y la muerte a sus súbditos, en nombre de la caridad y la defensa de la vida, es el mismo que encierra, expulsa, tortura e incluso mata a los cuerpos extraños venidos de los países periféricos. Los buenos sentimientos de compasión y caridad ante la víctima absoluta, el cuerpo humano desconectado de toda participación activa en cualquier circuito social o lingüístico, son la forma más explícita de aceptación de un poder absoluto, un poder que, por cierto, y también en nombre de la vida, puede matar sin escrúpulos ni límites.

Eluana Englaro murió, o mejor dicho, terminó de morir hace dos días tras una larguísima agonía que la Iglesia y el régimen de Berlusconi pretendían prolongar indefinidamente. Escapó así a la gigantesca violencia de un poder que se ejerce en nombre de las víctimas, para el cual la vida desnuda, ese producto que supieron fabricar en masa los campos de concentración, se convierte en medio de exaltación del poder que, en lugar de destruirla como en Auschwitz, la mantiene. Se acabó, de momento, la permanente interpelación de una muerta sin cadáver por su nombre. La familiaridad de llamarla "Eluana", sin mencionar su apellido, constituía un elemento del ritual de perpetuación vampírica de la muerte en vida. También formaba parte de ese dispositivo el horrendo fantasma de violación del primer ministro italiano que hasta el último momento recordó que la joven podría concenir un hijo. En este marco desolador destaca la decencia, el rigor democrático y cívico del padre de la joven, que procuró enfrentarse por todos los medios legales a la pesadilla de un poder sin límites. Su actitud es loable y necesaria, pero lamentablemente no es suficiente. Tanto en Italia como en el resto del mundo corremos el gravísimo riesgo de que se difundan a la vez el racismo y este reflejo especular del racismo que podriamos llamar provisionalmente vampirismo. Ambos guardan estrecha relación con la dualidad de poderes que mantiene el capitalismo. Mientras los vivientes no logremos hacernos con nuestra propia vida y esta siga a merced del Estado y de las dinámicas de valorización del capital, todos corremos el riesgo en grados mayores o menores de ser tratados con viscosa solicitud como víctimas, hasta el límite absoluto que es la muerte en vida..


La muerte de Eluana Englaro al cabo de tres días de interrupción de su alimentación artificial pone provisionalmente fin al espectáculo de cinismo y oportunismo político escenificado por Berlusconi y Ratzinger. Queda, sin embargo, una sociedad, no sólo italiana, marcada por un estilo de poder a la vez paternalista y descarnado, donde la defensa de las víctimas es el valor fundamental. Estamos viviendo en un mundo donde el fomento por los poderes del capital de la vida, -concebida como lo último que puede arrebatarse a una víctima- puede transformarse en práctica neovampirista del mantenimiento de la muerte en vida.

domingo, 25 de enero de 2009

Dios no existe: sin la menor duda, Sr. Dawkins

“Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1).

"La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo en la relación con el padre. Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución." (Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión, 1927)

La campaña en favor del ateismo emprendida por Richard Dawkins y otros autodefinidos "humanistas", primero en los autobuses de Londres y, posteriormente, en los de otras ciudades europeas tiene como lema: "Dios probablemente no existe: deje de preocuparse y disfrute de la vida." El lema corresponde a las tesis desarrolladas por el biólogo en su obra "The God Delusion" (El espejismo de Dios). En esa obra, Dawkins, partiendo de un planteamiento científico empirista y positivista reconoce muy pocas probabilidades a la existencia de Dios. Su modo de proceder no se limita a afirmar respecto de Dios que "no necesita esa hipótesis" como habría respondido el físico Laplace a Napoleón cuando este le preguntara por el lugar de la divinidad en su obra. El autor del Espejismo de Dios va más allá y evalúa en su libro la plausibilidad de la existencia de Dios como principio creador y ordenador del universo enfrentándose desde un punto de vista epistemológico a las tesis creacionistas. Lo que está en juego es, por lo tanto, el valor explicativo de cada una de las dos tesis a la hora de dar razón de la complejidad de nuestro universo.

El creacionismo, por su parte, forma parte de un movimiento de polémica anticientífica que se conoce en los Estados Unidos desde principios del siglo XX. Su objetivo fue la prohibición de la enseñanza de las tesis de Darwin y su sustitución por la doctrina de la Escritura. Hoy día ha limitado sus pretensiones y acepta cierto grado de pluralismo: reclama de las autoridades que el creacionismo, o más bien una versión adecentada de éste, se enseñe en paralelo a otras doctrinas como la darwiniana, con estatuto de hipótesis científica. Dentro de esta nueva presentación, el creacionismo ha cambiado incluso de nombre y se autodenomina « teoría del diseño inteligente ». La tesis principal de esta doctrina tal como se expresa en el folleto destinado a los docentes que ha elaborado el Discovery Institute norteamericano es la siguiente: « La teoría del diseño inteligente afirma que determinadas características del universo y de los seres vivos se explican mejor mediante una causa inteligente, y no por un proceso sin dirección como la selección natural. ». Esto, por mucho que se intente disimular no es una tesis nueva ni distinta del creacionismo, sino una nueva edición de la quinta vía tomista. Se sabe que Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, declara imposible una demostración de la existencia de Dios a priori, esto es a partir del concepto mismo de Dios. La única posibilidad que tiene el creyente para confirmar su fe en Dios es recurrir a pruebas racionales, pruebas que no equivalen a una demostración, pues esta debería partir de la idea de Dios y no de los pretendidos efectos de la existencia y la acción de Dios. De ahí que Santo Tomás proponga cinco vías para mostrar la existencia de Dios a partir de la creación, de los pretendidos « efectos de la acción divina ». La quinta de estas vías es la teleológica, que el Doctor Angélico expone en los siguientes términos: « la quinta prueba está tomada del gobierno del mundo. En efecto: vemos que los seres desprovistos de inteligencia, como los cuerpos naturales, obran de un modo conforme a un fin, pues se los ve siempre, o al menos muy a menudo, obrar del mismo modo, para llegar a lo mejor; de donde se deduce, que no por casualidad, sino con intención deliberada, llegan de este modo a su fin. Los seres desprovistos de conocimiento no tienden a un fin sino en tanto que son dirigidos por un ser inteligente, que lo conoce, como la flecha es dirigida por el arquero. Luego hay un ser inteligente, que conduce todas las cosas naturales a su fin, y este ser es al que se llama Dios. »

Lo que está en juego en el debate entre darwinismo y creacionismo tal como se plantea en la nueva formulación de éste último es la explicación de la complejidad del universo y en concreto de la de los seres vivos. La existencia de Dios como tal es el presupuesto de una de las hipótesis en liza. La otra hipótesis es la de la selección natural. Dawkins presenta la teoría darwiniana en su propio ámbito de aplicación como una hipótesis económica que permite entender el paso de las formas de vida más sencillas a las más complejas mediante variaciones sucesivas de los seres vivos dirigidas por la selección natural. El darwinismo es así una respuesta inmanentista a las teorías del diseño inteligente, que en realidad explican lo complejo e improbable por algo todavía más complejo e improbable como es la acción divina. Utilizando un simil técnico, afirmará Dawkins al final del cuarto capítulo de su libro que « El problema que nos ocupa es el problema de la improbabilidad estadística. Obviamente, no es solución postular algo aún más improbable. Lo que necesitamos es una « grúa », no un « gancho colgado del cielo » pues sólo una grúa puede hacerse cargo de una elevación paulatina y plausible de los más simple a una complejidad de otro modo improbable ». La revolución darwiniana habrá consistido según Dawkin en que: « Darwin y sus sucesores han mostrado cómo las criaturas vivas, con su espectacular improbabilidad estadística y su apariencia de diseño han evolucionado lenta y gradualmente a partir de comienzos simples. Podemos decir sin temor a equivocarnos que la ilusión del diseño en los seres vivos es sólo eso: una ilusión. » Por último, concluirá Dawkins que « Si se acepta lo argumentado en este capítulo, la premisa fáctica de la religión -la Hipótesis de Dios- resulta insostenible. Dios, casi con toda certeza, no existe. »

El problema es que lo insostenible sólo desde un punto de vista epistemológico, no lo es desde un punto de vista ontológico ni práctico. Aunque, para cualquier biólogo serio, la hipótesis inmanentista darwiniana arruine definitivamente el creacionismo como hipótesis que oriente los trabajos de su disciplina, sigue existiendo -pues de probabilidades se trata-, la posibilidad muy poco probable de que Dios exista. Basta esta pequeña probabilidad para que la religión y, como decía Marx, « die ganze alte Scheisse », toda la vieja mierda del temor y el temblor, de la culpa y el pecado regresen y amarguen la vida a los mortales.
De hecho, esa escasa probabilidad ya había servido a Pascal -uno de los inventores del cálculo de probabilidades- como punto de apoyo para su famosa apuesta en favor de la existencia de Dios. Pascal utiliza para su apologética un dispositivo discursivo semejante a lo que después se llamaría la « teoría de los juegos »: « Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. Su razón no está más dañada, eligiendo la una o la otra, puesto que es necesario elegir. He aquí un punto vacío. ¿Pero su bienaventuranza? Vamos a pesar la ganancia y la pérdida, eligiendo cruz (de cara o cruz) para el hecho de que Dios existe. Estimemos estos dos casos: si usted gana, usted gana todo; si usted pierde, usted no pierde nada. Apueste usted que Él existe, sin titubear. » La posibilidad de la existencia de Dios, por improbable que sea, deja abierto el temor al infinito castigo de un Dios celoso que no aceptaría con humor, a tenor de lo que nos dice la Biblia, que Bertrand Russell justificara su falta de fe diciendo: « Not enough evidence, God. Not enough evidence. » (No hay pruebas suficientes, Dios, no hay pruebas suficientes.  Voltaire situará a Spinoza en circunstancias idénticas a las de la anécdota de Russell en un poema (Les systèmes) en que se burla de los filósofos. Presenta así Voltaire al autor de la Ética:
Alors un petit Juif, au long nez, au teint blême,
Pauvre, mais satisfait, pensif et retiré,
Esprit subtil et creux, moins lu que célébré,
Caché sous le manteau de Descartes, son maître,
Marchant à pas comptés, s’approcha du grand Être:
« Pardonnez-moi, dit-il en lui parlant tout bas,
Mais je pense, entre nous, que vous n’existez pas.
Je crois l’avoir prouvé par mes mathématiques.
J’ai de plats écoliers et de mauvais critiques:
Jugez-nous... » A ces mots, tout le globe trembla,
Et d’horreur et d’effroi saint Thomas recula.
(Entonces un pequeño judío, de larga nariz y pálida tez/Pobre mas satisfecho, pensativo y retirado,Espíritu sutil y huero, menos leído que celbrado,/Oculto bajo el manto de Descartes, su maestro,/Contando sus pasos se acerca al gran Ser:/« Perdonadme le dice, hablándole muy bajo, /Pero entre nosotros pienso que no existís,/Creo haberlo probado por mis matemáticas. Tengo burdos discípulos y malos críticos./Juzgadnos...Con estas palabras, todo el orbe tembló. Y de horror y pavor Santo Tomás dió un paso atrás.)
Para deshacerse del temor de Dios no se puede prescindir de una crítica de este supuesto « concepto ». No se trata de afirmar con Russell y Dawkins que no hay bastantes pruebas, sino de decir con Spinoza que el concepto religioso de la divinidad no es consistente. Se trata, en otros términos de reivindicar lo que llamaba Bayle, el « ateismo de sistema » de Spinoza. En términos de Santo Tomás, lo que hace Spinoza en el Libro I de la Ética sería una demostración a priori, a partir de su concepto, de la inexistencia de Dios o, mejor dicho, una demostración de la existencia de la naturaleza infinita que excluye la existencia del Dios transcedente. Para Spinoza, todo el contenido del presunto concepto de Dios se agota en la esencia de una naturaleza infinita. Desde este punto de vista, intentaremos aquí indicar (es imposible desarrollarlas en el espacio de un artículo) de la mano de Spinoza y de Freud y de otros nombres más antiguos de la tradición metrialista, algunas posibilidades de crítica del concepto de Dios más radicales y decisivas que lo que nos propone Dawkins. Nos ocuparemos así de la hipótesis de Dios mostrando su absurdo desde un punto de vista lógico y desde una perspectiva ontológico y haremos algunas observaciones sobre una ética atea (la de Dawkins no llega a serlo).

A modo de preliminar, cabe afirmar que desde un punto de vista lógico, la hipótesis de Dios, al igual que las vías tomistas, se basa en una falacia harto conocida: la afirmación del consecuente. Este tipo de argumento lógico sin validez tiene la estructura siguiente en lógica proposicional: si p, q; q, luego p. Por ejemplo: "Si Pedro es dueño del Palacio de Buckingham, Pedro es rico; Pedro es rico, luego Pedro es dueño del Palacio de Buckingham".
Otro bello ejemplo de afirmación del consecuente, además a propósito de la religión, nos lo da Freud en su ensayo "El porvenir de una ilusión", en un pasaje donde recuerda la estructura del razonamiento por el cual el creyente de las grandes religiones monosteistas « prueba » -circularmente- la verdad de su texto sagrado y la existencia de su Dios. Afirma así Sigmund Freud respecto de la Escritura: "De poco sirve que se atribuya a su texto literal o solamente a su contenido la categoría de revelación divina, pues tal afirmación es ya por sí misma una parte de aquellas doctrinas, cuya credibilidad se trata de investigar, y ningún principio puede demostrarse a sí mismo."(Freud, El porvenir de una ilusión, V). El planteamiento que critica Freud, traducido en términos de lógica de las proposiciones, se formularía de la manera siguiente: "Si un Dios bueno y veraz hubiera revelado la Biblia, esta sería necesariamente verdadera" y "como la Biblia afirma la existencia de Dios, ese Dios bueno y veraz existe". En el caso de las posiciones creacionistas con las que se enfrenta el libro de Dawkin, estas vendrían a afirmar: "Si un sujeto omnisciente y todopoderoso hubiera creado el mundo, habría podido hacerlo sumamente complejo; ahora bien, como el mundo es sumamente complejo, ha sido creado por un sujeto omnisciente y todopoderoso". Todos estos argumentos manifiestamente falaces son fácilmente refutables a poco que se preste atención, pues ni todos los ricos poseen el Palacio de Buckingham, ni existe una garantía divina sobre la Biblia, ni la complejidad del mundo implica su creación por una inteligencia suprema. La hipótesis de Dios, contemplada a partir de sus supuestos efectos, no es así una posibilidad improbable, sino una falacia lógica, un argumento carente de validez.
El concepto de Dios considerado no a partir de sus supuestos efectos (a posteriorir) sino en sí mismo (a priori), también resulta sumamente vulnerable a la crítica, por mucho que Dawkins no emprenda en ningún momento,esta tarea. Es lo que muestra Spinoza a lo largo del Libro I, De Dios, de su Ética. En este texto el filósofo aplica al concepto de Dios el aparato conceptual de la ontología cartesiana y lo define como: « un ser absolutamente infinito, esto es una substancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita ».
Esta operación no es en absoluto inocente, pues tiene como consecuencia inmediata una identificación entre creador y criatura que permite a Spinoza atribuir a la naturaleza la potencia infinita que la tradición tanto teológica como filosófica reconocía al Dios transcendente: « De la necesidad de la naturaleza divina deben seguirse infinitas cosas de infinitos modos » (Etica I, prop. XVI). Esa potencia infinita en eterna autodeterminación ignora cualquier tipo de transcendencia y por ello mismo es incompatible con toda idea de voluntad indefinida, de orden y de finalidad. Todo orden, toda finalidad implican alguna diferencia entre un sujeto que pone los fines y el orden y la realidad ordenada. Por otra parte, pensar a Dios como una realidad cuya esencia se expresa en una naturaleza infinita, supone introducir en el concepto de Dios, no ya la absoluta unidad, sino la más completa pluralidad que se expresa en los infinitos atributos y modos que a Dios constituyen. Como indica Spinoza en su carta 50 a Jarig Jelles: « Dios sólo mucha impropiedad puede decirse uno o único ». Y ello no sólo porque ni existe ni puede existir un género de « los Dioses », sino también y tal vez sobre todo, porque la esencia divina implica siempre necesariamente una pluralidad interna e infinita.
El dispositivo de la Etica consiste no en negar la plausibilidad de la hipótesis de un Dios transcedente como explicación del orden del universo, ni siquiera en negar la existencia de Dios, sino en producir la implosión del concepto de Dios afirmando a la vez que Dios es substancia y es infinito. El Dios sustancia infinita no puede ser el rector del universo, pues no se distingue realmente de éste. Los conceptos fundamentales en que se basan la teología y el sentido común: sujeto, fines, orden, no pueden ser sino productos de la imaginación. La voluntad de Dios, a su vez, en la medida en que corona el orden teleológico que teología y sentido común reconocen en el universo, no es sino « asilo de la ignorancia ». Como hemos visto, mero producto de la falacia de la afirmación del consecuente.
Otra línea de la crítica materialista del concepto de Dios presenta la idea de un rector del universo -y de un orden del universo producto de su voluntad- como una proyección antropomórfica. Son famosas las palabras de Jenófanes:
« "Los etíopes de nariz chata y negros; los tracios, que ojos azules y pelo rojizo". (DK 21 B 16) » o "Pero si los bueyes, caballos y leones tuvieran manos o pudieran dibujar con ellas y realizar obras como los hombres, dibujarían los aspectos de los dioses y harían sus cuerpos, los caballos semejantes a los caballos, los bueyes a bueyes, tal como si tuvieran la figura correspondiente a cada uno". DK (21 B 15).
Haciendo eco a estas palabras afirmará Spinoza que: « creo que, si un triángulo pudiese hablar, diría, de igual manera, que Dios es eminentemente triangular, mientras que un círculo diría que la naturaleza divina es eminentemente circular. Así cada uno adjudicaría a Dios sus propios atributos, asumiría ser en sí mismo semejante a Dios, y vería todo lo demás como mal formado » (Carta 56, a Hugo Boxel).
Sostiene Freud en el capítulo VI del texto que hemos citado anteriormente que los hombres han creado la divinidad para enfrentarse al terror a un universo que supera infinitamente sus fuerzas: « Recapitulando nuestro examen de la génesis psíquica de las ideas religiosas, podremos ya formularla como sigue: tales ideas, que nos son presentadas como dogmas, no son precipitadas de la experiencia ni conclusiones del pensamiento: son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad. El secreto de su fuerza está en la fuerza de estos deseos. Sabemos ya que la penosa sensación de impotencia experimentada en la niñez fue lo que despertó la necesidad de protección, la necesidad de una protección amorosa, satisfecha en tal época por el padre, y que el descubrimiento de la persistencia de tal indefensión a través de toda la vida llevó luego al hombre a forjar la existencia de un padre inmortal mucho más poderoso. »
A la divinidad se le pueden pedir favores y gracias, se la puede aplacar cuando se la supone enojada. Esto es posible porque la persona religiosa supone que Dios comparte con nosotros el lenguaje y en buen medida la propia condición humana. La divinidad se pone así en el lugar de un universo mudo al que no cabe hacer ningún tipo de demanda. Ofrece la tranquilidad relativa que da un interlocutor supuesto al que se puede dirigir una demanda, pero al mismo tiempo, conserva la inmensa superioridad y la inabarcabilidad para el hombre que tenía la naturaleza. De ahí que la confianza y la esperanza en Dios estén inseparablemente unidas al terror que suscita la impenetrabilidad de sus designios. De ahí también el problema ético fundamental de un planteamiento empirista y estadístico como el de Dawkin que no logra liberar a nadie de la posibilidad siempre amenazadora de que exista el temible arquitecto del universo que describen las religiones. Difícilmente puede uno "dejar de preocuparse y disfrutar de la vida" cuando un Dios vengativo puede castigarnos, precisamente por "dejar de preocuparnos y disfrutar de la vida." La « apuesta pascaliana al revés » sigue siendo una apuesta y una apuesta nunca permite salir del círculo del temor y de la esperanza en el que la religión nos sitúa inevitablemente.
La campaña de Dawkins y de los humanistas pretende aunar la buena educación y el apego teórico a la experiencia características de la academia anglosajona. A pesar de ello, las reacciones del integrismo católico ante su campaña no han hecho gala de estos mismos valores, pues el ayuntamiento de Génova ha prohibido la publicidad atea en los autobuses, y en el propio ayuntamiento de Barcelona, algún concejal católico ha mostrado públicamente su enojo por la exhibición pública de mensajes que niegan aunque sea parcial y educadamente a Dios. Sin duda, es recomendable guardar las formas y mantener el respeto por las opiniones ajenas, sobre todo si no las compartimos. La libertad de pensamiento, según la fórmula de Rosa Luxemburg, es siempre "sólo la libertad del que piensa de otra manera (immer nur die Freiheit des Andersedenkenden)". Precisamente, por ello creemos necesario poder pensar de otra manera que los creacionistas y negar sus tesis de manera clara y tajante, replicando con todo respeto a los creacionistas...y al profesor Dawkin : Dios no existe, sin la menor duda.

sábado, 10 de enero de 2009

Hamas: defensa de la resistencia islámica

Es notorio que ha existido, según se dice, un autómata construido de tal manera que resultaba capaz de replicar a cada jugada de un ajedrecista con otra jugada contraria que le aseguraba ganar la partida. Un muñeco trajeado a la turca, en la boca una pipa de narguile, se sentaba a tablero apoyado sobre una mesa espaciosa. Un sistema de espejos despertaba la ilusión de que esta mesa era transparente por todos sus lados. En realidad se sentaba dentro un enano jorobado que era un maestro en el juego del ajedrez y que guiaba mediante hilos la mano del muñeco. Podemos imaginarnos un equivalente de este aparato en la filosofía. Siempre tendrá que ganar el muñeco que llamamos «materialismo histórico». Podrá habérsela -sin más ni más con cualquiera, si toma a su servicio a la teología que, como es sabido, es hoy pequeña y fea y no debe dejarse ver en modo alguno.

Walter Benjamin, Tesis sobre la filosofía de la historia


Nadie en su sano juicio pretende que el movimiento de resistencia islámica Hamas (Harakat al Muqawamat al Islamia) sea un exponente de la Ilustración, sea esta árabe u occidental. Se trata, sin lugar a dudas de un partido religioso e incluso teocrático. No resulta, sin embargo, fácil pedir que basen su actuación política en un análisis puramente racional de su situación a los habitantes de un país colonizado. Palestina loe en un grado extremo, pues su población está compuesta en enorme proporción de deportados y refugiados de distintas oleadas de colonización judía y se ha visto sometida a decenios de represión y humillación durante los cuales el Estado sionista ha ido liquidando físicamente o condenando al exilio a sus dirigentes políticos y a muchos de sus intelectuales. Quien compruebe cómo se desenvuelve lo que va quedando de la política en Europa occidental y en los Estados Unidos, donde las decisiones políticas van sistematicamente acompañadas de una permanente manipulación de la opinión, no debería sorprenderse de que los más pobres y oprimidos no superen a los más ricos y cultos en “racionalidad política”.

El carácter explícitamente teológico del movimiento Hamas así como de los sectores más activos de la resistencia anticolonial árabe y musulmana merece una reflexión. En primer lugar porque su exotismo, con el que se quiere justificar una guerra de civilizaciones es muy relativo. Tal vez sea una de las mayores ilusiones ilustradas del marxismo el haber pensado que una política racional, un socialismo científico fuera posible. En eso el propio Marx era hijo de su tiempo y no pudo separarse de la tendencia ideológica dominante. No basta la racionalidad para fundamentar una acción política, ni en general para desencadenar una acción. La conclusión de un silogismo práctico es, según Aristóteles, no una proposición, sino un acto. Una decisión cuyo fundamento está en otro terreno, en otro escenario. La política, toda política requiere un suplemento que Walter Benjamin denominaba teológico y que sirve de fundamento a sus planteamientos racionales. A la frase de Lenin según la cual “el marxismo es omnipotente porque es verdadero” de clara connotación cientista, Benjamin responde que “el materialismo dialéctico es invencible asociado a la teología.” No basta un análisis racional de una situación insoportable, ni basta la propia insoportabilidad de la situación para que con ello surja un impulso político que tienda a salir de ella. Es necesario un planteamiento que en cierto modo se despegue de la “realidad”, considere que la realidad por sí misma no tiene sentido, es insensata, no justifica nada. Es necesario alcanzar una posición de relativa trascendencia a la racionalidad que describe lo real para ver que todo poder es transitorio y relativo. Lo que en términos de teología islámica se expresa con algunas frases que sirven de fundamento a toda una civilización: “la ghaliba illa Allah” (no hay más vencedor que Dios) o el "takbir", el acto de decir “allahu akbar” (Dios es el más grande, o Deus maximus, según traducían los cronistas medievales cristianos).

La posición teológico=política no es totalmente ajena al materialismo, sino más bien complementaria de este. El plano teológico=político abre un espacio de excepción frente a culquier realidad que aspire a ser norma y no mera facticidad. Frente a los reyes que se creen dioses y frente a los órdenes inmutables basados en los derechos humanos y el mercado, también frente a quienes ridículamente afirman que hay pueblos elegidos por Dios. La excepción teológica es condición inexcusable de cualquier política que no se vea reducida a policía de la normalidad. Incluso =o sobre todo= de una política materialista.

El rechazo por parte del materialismo de cualquier concepción cerrada y total de la realidad obedece al hecho de que lo real no puede ser nunca el resultado de la voluntad o la plasmación de la idea de un sujeto. Como afirmaba Fichte, el idealismo afirma que el objeto deriva del sujeto, el materialismo que el sujeto es un efecto del objeto. La realidad no tiene carácter ideal y por ello mismo no puede ser "leída" como un texto según nos enseñaba Louis Althusser. No tiene valor "epistemológico" ni normativo. Por ello mismo toda verdad y toda justicia son resultado, no de una determinación a priori, sino de una lucha, de un esfuerzo, de una acción en contraste con otras realidades. Resultado y conquista momentáneo y parcial. La verdad, no es la transparencia, sino la elucidación, la aletheia. A la facilidad de la lectura se sustituye la labor de la producción de conceptos, al orden moral firme como las estrellas la lucha permanente de los hombres por la "decencia común".

El materialismo no pretende siempre ya saber, sólo sabe que todo saber es una producción que tiene como resultado productos parciales y transitorios. Mediante la idea de Dios, la teología produce efectos materialistas al precarizar los órdenes y los saberes mundanos mediante la afirmación de su fundamento oscuro y transcendente. En cierto modo reconoce una división, una brecha en la realidad que separa a esta de su fundamento y por la cual todo orden mundano resulta precario. Esta división se cierra, sin embargo, mediante la idea de un Dios omnisciente y omnipotente que da una coherencia absoluta, aunque oculta, al conjunto de lo real. El materialismo afirma esta misma división y esta brecha. Dice con Heráclito que la guerra es el padre de todas las cosas y asume la contradicción práctica que reprocharan a Spinoza: que Dios modificado en Turco pueda matar a Dios modificado en cristiano. Uno se divide en dos. La diferencia entre el planteamiento materialista y el teológico es que este último pretende mediante la idea de Dios cerrar el espacio del conocimiento y de la acción que el materialismo pugna por dejar abierto. El materialismo se enfrenta a la insensatez del mundo aceptando la ignorancia como marco inevitables de una verdad que sólo puede ser elucidación y produciendo conocimiento. Sin suponer que existe una verdad oculta. Para el materialista, un objeto volador no identificado o una visión espectral figuran, sin que ello produzca particular desasosiego a quien es amigo de la tierra y del mundo, entre la multitud de cosas que desconocemos; para el religioso, son un OVNI tripulado por extraterrestres o un ánima. Lo desconocido es para la religión milagro, el milagro es, para la razón materialista desconocido. Con todo, ambas posiciones se diferencian nítidamente del idealismo, que afirma que lo real es ideal, que lo real es en último término una realidad coherente puesta por un sujeto sin fisuras, lo cual le otorga sentido y la hace legible.

Condenar de entrada a un movimiento político por tener un fundamento religioso como pretenden nuestros laicos occidentales, perseguidores de las chicas con velo, es suponer que puede existir algo así como una política "puramente racional" y que en último término la realidad histórica tiene un sentido más allá del que le den las luchas y el pensamiento de los hombres, pues "todo lo real es racional". Esto como sabemos desemboca en el fin de la historia y de la política declarado por Kojève, y más recientemente por Fukuyama y en lugar de fundar una política, declara el fin y la disolución de toda política en el orden liberal. El drama estúpido que se ha producido estos últimos días en la izquierda italiana en Milán y otras ciudades a propósito de los rezos musulmanes en las manifestaciones a favor de Gaza es una muestra de la impotencia de la izquierda italiana, de su incapacidad de despegarse de una racionalidad chata anclada en lo fáctico.

Hamas es, por lo tanto, un movimiento político que, como todos los demás, tiene un componente teológico. Tal es, según François Burgat, el caso, en general de todos los movimientos anticoloniales islámicos surgidos tras el fracaso del anticolonialismo laico. La particularidad de Hamas y de los demás movimientos islámicos de resistencia es que en ellos el componente teológico islámico es explícito. Esto no les impide ser organizaciones que expresan planteamientos y reivindicaciones políticos, a menudo legítimas y coincidentes con la legalidad y los valores reivindicados por la cultura occidental, que conviene examinar y no sepultar bajo interesadas acusaciones de fanatismo y terrorismo.


Bajo el gobierno de la organización supuestamente "terrorista" y "fanática" que es Hamas, tanto en el conjunto de los "Territorios" tras las elecciones que llevaron al gobierno a Ismail Haniya, como aún hoy en el reducto de legalidad democrática que es hoy Gaza, tras el golpe de Estado organizado por los occidentales y Abbas, esta organización, votada por una gran mayoría de los palestinos ha coexistido y colaborado con numerosas facciones laicas y marxistas de la resistencia y respeta el culto cristiano. También ha manifestado reiteradamente su disposición a un "apaciguamiento" (tahadiya) con Israel cuyas condiciones son el mero respeto del derecho internacional. Hamas ofrece aun hoy al Estado sionista, tras el asesinato de numerosos dirigentes y militantes del movimiento y las matanzas de población civil perpetradas por Israel, una tregua indefinida a condición de que este reconozca como suyas las fronteras de 1967, tal como lo exigen las Naciones Unidas, sin hacer lo más mínimo por imponerlo. Los "extremistas" y los terroristas son quienes exigen que se cumpla el derecho internacional, los "demócratas" son quienes no aceptan ninguna frontera y se atribuyen un derecho sin límites a la tierra palestina. Es curiosa esta inversión de los términos.

También se esgrime contra Hamas la práctica de los atentados suicidas, que serían prueba de un enorme fanatismo religioso. En primer lugar, los atentados suicidas fueron una táctica hoy abandonada por la dirección de Hamas. Una táctica cuya dimensión es enteramente militar. Si el coche bomba es según la acertada expresión de Mike Davis la "fuerza aérea de los pobres", el atentado suicida tal vez sea la "artillería de los pobres". Ambos son horribles, aunque bastante menos mortíferos que la fuerza aérea y la artillería de los ricos. Pobres y desesperados son los palestinos de Gaza como pocas poblaciones de este mundo. Lo raro es que el número de candidatos a morir matando a los despiadados ocupantes no haya sido mayor. El abandono por parte de Hamas de esta táctica es muestra de su "moderación". En cuanto a los famosos cohetes Qassam que golpean el sur de Israel, estos constituyen un sustituto de los atentados suicidas. Los Qassam atacan a ciegas: su tecnología rudimentaria no permite dirigirlos específicamente contra objetivos militares. Son las patadas y los mordiscos de quien se resiste a que lo maten, patadas y mordiscos que pueden sin duda hacer daño a los circunstantes que contemplan pacíficamente la ejecución. Es también difícil de comprender que una población asediada y enferma no haya sido aún más violenta en su deseperación.

Se dice también de Hamas que en su carta llama a destruir Israel y a exterminar a los judíos. En ella hay, innegablemente, algún eco del antisemitismo de los Protocolos de los Sabios de Sión, ese viejo panfleto antisemita elaborado por la Ojrana zarista en Rusia y leido con fervor por Hitler. Se habla, en efecto de la conjura judía e incluso, judeomasónica. No hace falta, sin embargo, conjeturar ninguna oscura trama para saber que Israel recibe el apoyo de todas las potencias imperialistas, aunque, afortunadamente, no el de todos los judíos del mundo, en su política colonial y racista. Este apoyo lo recibe a la luz del día, incluso hoy, cuando los Estados Unidos se apresuran a enviar a su aliado israelí, en plena carnicería de Gaza, más armas y más municiones a través de Grecia. Decir que ha hecho falta una conjura para perpetrar los crímenes de los que viene siendo víctima la población árabe de Palestina desde hace más de 60 años constituye una muestra ingenua de optimismo histórico y de fe en la humanidad.

El otro elemento supuestamente antisemita de la Carta de Hamas es un hadith , un dicho del Profeta recogido por Bujari y otros musulmanes, que se cita en su artículo 7 y afirma lo siguiente:
"El Profeta, que Alá le bendiga y le dé la salvación, ha dicho: “El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes combatan contra los judíos (matando a los judíos), cuando el judío se esconderá detrás de piedras y árboles. Las piedras y los árboles dirán: Oh musulmanes, oh Abdulla, hay un judío detrás de mí, ven a matarlo. Sólo el árbol gharkad (evidentemente cierta clase de árbol) no lo hará, porque es uno de los árboles de los judíos”. (Narrado por al-Bukhari y Moslem)"

Se trata de un texto de oscuro significado que, probablemente, se remonte a uno de los numerosos enfrentamientos armados de Mohammed con los primeros perseguidores del Islam, entre los cuales destacaron los idólatras y los judíos. Este texto, conocido y citado desde los primeros siglos del Islam no impidió que florecieran en el mundo islámico importantes y brillantes comunidades judías, perfectamente inscritas en la civilización del Islam. Es un texto de circunstancia que llama a luchar contra los judíos perseguidores del Islam, no a exterminar a los judíos como en su momento pretendiera la Inquisición en España. En cualquier caso, la lucha por la independencia de Palestina exige una lucha contra los invasores y los ocupantes que implica una resistencia armada. Exige designar un enemigo. Defenderse de la agresión israelí, defenderse de este enemigo implica matar judíos, como defenderse de los nazis implicaba matar alemanes, sin que ello signifique que se pretende exterminar a la población judía ni a la alemana.

También se olvida la explícita condena del holocausto realizada por altos representantes de Hamas como Bassem Naim, el ministro de sanidad del gobierno legítimamente designado: " Debe quedar claro que ni Hamas ni el gobierno palestino en Gaza niegan el holocausto cometido por los nazis. El holocausto no fue sólo un crimen contra la humanidad, sino uno de los crímenes más abominables de la historia moderna. Lo condenamos al igual que condenamos todos los abusos contra el género humano y todas las formas de discriminación basadas en la raza, el género o la nacionalidad".

Se omiten intencionalmente otros pasajes de la Carta de Hamas que llaman a la convivencia a las gentes de las distintas religiones. Entre ellos algunos aleyas del Corán que hacen del Islam la única religión que admite el pluralismo religioso como algo querido por Dios. Así, la Carta de Hamas cita Corán 5, 48.Si Dios así los hubiera querido, os habría hecho de una sola comunidad. Pero ha querido poneros a prueba mediante el don que os ha hecho.Procurad superaros unos a otros en las buenas acciones. Todos vosotros regresaréis a Dios. Entonces os dará claridad sobre vuestras diferencias."

Una convivencia bajo el Islam como la que propugna Hamas no es necesariamente una dictadura teológica. Que no tiemblen demasiado los "laicos" occidentales que sólo ven fanatismo religioso en el Islam anticolonial y son incapaces de reconocerlo en la teocracia israelí en la que son los rabinos quienes determinan el derecho a la ciudadanía...Lo que se entiende aquí por Islam no es la Santa Inquisición, sino la convivencia pacífica entre las gentes de las religiones del Libro. En Hamas al igual que en los Hermanos Musulmanes de Egipto hay miembros y dirigentes cristianos. Para ellos el Islam es algo más que una religión: es un espacio de civilización que se trata de liberar de la opresión colonial. Por ello mismo Hamas mereció el apoyo masivo de la población palestina en las últimas elecciones celebradas en los territorios. Un apoyo a una organización que, a diferencia de la Autoridad Palestina colaboracionsita con el ocupante y corrupta, vertebra la resistencia estructurando la sociedad civil mediante redes de ayuda y asistencia que permiten a la lacerada población de los territorios cumplir el fundamental acto de resistencia frente a un poder racista como el de Israel: existir.

Si se quiere ser realmente solidario con Palestina, hay que desear la victoria de Hamas. Apoyar políticamente a esta organización no es traicionar ningún ideal democrático, sino apoyar la resistencia y la existencia misma de una población que corre el grave riesgo de ser exterminada primero políticamente y después, incluso físicamente. Apoyar el actual proceso de paz es defender el exterminio y negar a los palestinos el derecho a resistir y a liberarse del colonialismo racista que asola su país. Se puede estar o no de acuerdo con el ideario y la carta de Hamas. Yo personalmente estoy en desacuerdo con cualquier religión, incluso la de los derechos humanos, aunque considero que el materialismo constituye una teología paradójica, que asume la estructura dividida del sujeto humano y sirve de base a su existencia política. Sin embargo, creo necesario que se libere la solidaridad con la lucha palestina, que se reconozca explícitamente el derecho a la resistencia incluso armada. Que se reconozca este derecho incluso a organizaciones de base teológica o teológico-política. Esto supone, dentro de un esfuerzo general por quitarnos de encima las legislaciones de excepción antiterroristas que pretenden ahogar la disidencia política, que se elimine a Hamas y al conjunto de la resistencia palestina de todas las listas de organizaciones terroristas. Y por pura coherencia, que se incluya en ellas a Israel con todas las consecuencias.

jueves, 8 de enero de 2009

Gaza: el negacionismo en directo

En Francia y otros países europeos existe una ley que sanciona penalmente a quienes nieguen la existencia histórica del Holocausto judío. El legislador francés consideró que la negación del exterminio de los judíos de Europa no constituía una opinión histórica, sino una manifestación de odio y de racismo abyecto. Es más que discutible que el odio y el racismo abyecto se castiguen mediante una norma cuya extensión al conjunto de la investigación histórica haría imposible la investigación y la enseñanza en esta disciplina. De ahí que, con argumentos intelectual y moralmente sólidos, Noham Chomsky se opusiera en su momento a la prohibición de la obra del historiador y mistificador de extrema derecha Faurisson. Las falsedades y las falsificaciones históricas en que se basa el negacionismo neonazi deben combatirse en un doble ámbito político y científico y sólo deben perseguirse penalmente los actos o, si acaso, los llamamientos directos a perpetrarlos. Una ley como la francesa es un claro indicador del nivel de neutralización y degradación del espacio político (pero también, y no por casualidad, del espíritu científico y racional) que caracteriza a nuestras gobernanzas neoliberales. El derecho como instancia presuntamente objetiva sustituye a la política y a la ciencia, eferas que nunca son neutrales pues sólo pueden existir como espacios de lucha por la libertad política y la independencia intelectual. Vencer política e intelectualmente al negacionismo neonazi es necesario para liberar la verdad y consolidar las libertades. Tanto la libertad política como la verdad sólo se abren paso gracias a una lucha constante cuyos frentes son la política y la filosofía.

La prohibición de la negación del holocausto tiene teóricamente por objetivo que éste no vuelva a producirse jamás. Sin embargo, la prohibición de una idea, por absurda y cruel que esta sea no permite que dejen de producirse actos criminales. Ni Francia, ni Europa ni el mundo quedarán libres de la mácula genocida sólo por impedir que se niegue el genocidio nazi. Esta actitud recuerda la famosa paradoja: "Aquí ya no queda ningún canibal: al último nos lo comimos ayer." Aquí no queda ningún heredero de Hitler que reclame abiertamente su pútrido patrimonio, pero sí existen nazis de nuestro tiempo, que no matan en nombre de una raza, sino en nombre de la humanidad o de las "víctimas".

Los herederos fácticos de Hitler han sido algo más taimados. En primer lugar, tuvieron la elegancia de no tomar como objetivo a pueblos blancos y europeos como los judíos y pudieron asesinar a millones de argelinos, vietnamitas, congoleños, guatemaltecos etc. En segundo lugar, tomaron la precaución de condenar el genocidio como tal de la manera más dura, sin por ello cerrar la puerta a las medidas de "contrainsurgencia" y de "lucha contra el terrorismo" mediante las cuales podía obtenerse el mismo resultado que en Auschwitz o en Treblinka de manera más "limpia". Mediante los bombardeos, que con el tiempo llegaron a hacerse pacifistas y humanitarios (cuando no, en una curiosa interpretación de la ética médica, "quirúrgicos"), pudo obtenerse la santificación del exterminio en el marco mismo de la prohibición de la guerra. El pacifismo de Estado, prohibiendo la guerra, sólo dejó abierta la posibilidad de un tipo de guerra legítima, la guerra de castigo contra los criminales. La guerra en nombre de la paz contra los enemigos de la paz y de la humanidad es una guerra sin límites y sin cuartel en la que, como hacen hoy los israelíes en Gaza, pueden bombardearse mezquitas, iglesias, hospitales y escuelas y puede dispararse con la mejor conciencia a los enfermeros de la Media Luna Roja cuando procuran asistir a los heridos o recoger los cadáveres.

Para hacer posible una guerra de este tipo, debe en primer lugar "fabricarse" al "criminal" a quien va destinado el "castigo". Para ello, los Estados y poderes del Imperio neoliberal disponen de poderosísimos medios de propaganda capaces de hacer que una opinión pública despolitizada acepte casi cualquier tipo de mentira. Las "justificaciones" de la guerra de Iraq dan muestra de ello. Pero existe otro medio aún más sutil de fabricar al "criminal", al "enemigo del género humano". Basta para ello, como en Palestina, hacerle la vida imposible: cercarlo, matarlo de hambre, de sed y de enfermedad, destruir todos sus recursos y afirmar que el "atraso" en el que vive es una cuestión de "mentalidad" o de "civilización" o de fanatismo y obscurantismo religioso. Hasta que los beneficiarios de este tratamiento se rebelan. El oprimido que se niega a ser exterminado se convierte así en "terrorista" actual o potencial. Los guetos de Polonia durante la ocupación nazi fueron auténticos laboratorios o fábricas en los que se convirtió a los ciudadanos judíos de Europa oriental en parias miserables, sucios, enfermos y desesperados. La inmensa mayoría de los residentes de los guetos fue deportada a los campos de exterminio y asesinada en masa. Una minoría politizada del gueto de Varsovia se rebeló, se alzó desesperadamente en armas contra los nazis y luchó hasta el final, hasta que los nazis arrasaran hasta el último edificio del gueto en su lucha contra los "terroristas judíos".

En Gaza estamos viendo una reproducción de algo muy semejante. La diferencia es que el exterminio de los palestinos se realiza lentamente. Si los nazis tuvieron que ser discretos en sus crímenes, sus discípulos sionistas los proclaman altivamente como actos de justicia contra los enemigos del "proceso de paz" que se propone convertir la Palestina árabe en un rompecabezas de bantustanes. Los sionistas no necesitan ser negacionistas, pues sus crímenes generan su propia negación. El sitio de Gaza produce la humanidad "inferior" y peligrosa que sirve de justificación al propio exterminio como acto defensivo. El bombardeo, la muerte que va del cielo a la tierra, es, como acertadamente lo describen eu último artículo mi amigo Santiago Alba, signo de la distancia y la desproporción "teológicas" entre la omnipotencia, que por ser omnipotente no puede ser sino justa, y la escoria humana desposeida y resentida que le hace frente. El bombardeo "quirúrgico", al igual que el gueto, se justifican y fundamentan a sí mismos, al igual que el Dios causa sui de los teólogos. Es inútil e incluso contraproducente esconderlos o negar su existencia como hicieron los nazis en su día. Baste escuchar al inefable André Glucksmann, quien en un reciente artículo de Le Monde repondía a quienes acusan a Israel de usar medios desproporcionados en Gaza: "Puesto que Hamas – a diferencia de la Autoridad Palestina – se obstina en no reconocer el derecho a axistir del Estado hebreo y sueña con aniquilar a sus ciudadanos, ¿se quiere acaso que Israel imite esta radicalidad y realice una gigantesca limpieza étnica?". Glucksmann parece ignorar que Hamas se limita a pedir a Israel que determine cuáles son sus fronteras y pare la colonización a cambio de una tregua indefinida que podría desembocar en una conversaciones de paz serias y no se plantea en ningún momento echar a los judíos al mar. El sedicente "filósofo" ignora que sabe que el proyecto sionista es precisamente el que él atribuye a Hamas, pues la condición para que en Palestina exista "Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra" no es ni más ni menos que la declaración de ese territorio "arabierenfrei" (en la terminología nazi, libre de árabes, al igual que el nazismo declaraba las zonas donde se había exterminado a los judíos "judenfrei" o libres de judíos).

El negacionismo clásico negaba la realidad del exterminio judío como hecho histórico, como algo del pasado. Si acaso, considera mediante una argumentación que no teme a la paradoja que el holocausto es una "mentira judía" que retrospectivamente justificaba el negado holocausto. El negacionista nazi dice que los judíos mienten y que esa mentira muestra la realidad del complot judío que, precisamente, justificó el holocausto. El negacionismo sionista va más allá, no tiene que negar el pasado: en el presente, a los ojos del mundo, niega el exterminio al tiempo que lo perpetra como acto de "justicia", de "paz" y de "humanidad", presentando a Israel y su ejército racista y colonial como víctimas de los exterminados. Este negacionismo basado en la inversión de la realidad y la proyección del criminal en su víctima no debe ser prohibido por ninguna ley, sino combatido políticamente e intelectualmente en nombre de la libertad y la verdad.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Gaza: ¡Mir zaynen do! (Del Gueto de Varsovia al de Gaza)

En medio de las fiestas de Navidad y Año Nuevo, Israel ha lanzado una ofensiva contra la franja de Gaza que pretende ser definitiva. Su objetivo declarado es exterminar al movimiento de resistencia islámico Hamas. Los medios de comunicación y los gobiernos occidentales suelen presentar esta ofensiva como el resultado necesario, aunque tal vez algo exagerado, del fin de la tregua con Israel proclamada por las autoridades de Hamas que controlan Gaza. Israel estaría ejecitando su legítimo derecho de autodefensa frente a los ataques a su territorio con cohetes artesanales Qassam. Según la presidencia checa de la UE, la ofensiva de Israel sobre Gaza tiene carácter estrictamente “defensivo”. Otro elemento de justificación a más largo plazo de la matanza israelí en Gaza es el pretendido carácter radical e incluso terrorista del movimiento Hamas. La operación israelí sería así un episodio más de la Guerra contra el Terrorismo emprendida por "Occidente". Sin embargo, una simple ojeada sobre los principios políticos de Hamas y sobre su declaración de gobierno permite reconocer en ellos los fundamentos mismos en que se asienta el derecho internacional contemporáneo: derecho de autodeterminación de los pueblos y respeto de la soberanía de los Estados dentro de fronteras reconocidas. Se trata de algo tan exótico y "oriental" como de las tres unidades de legislación, de territorio y de poder que definían para Jellinek el Estado. Pareciera que los principios clásicos de la democracia y del Estado de derecho se hubieran convertido en algo enteramente ajeno y difícilmente reconocible para Israel y sus aliados. La defensa de la democracia occidental y de sus principios, abandonada por los occidentales, queda así en manos de los que estos consideran como "terroristas". Hasta el punto de que, tal vez la mejor definición de lo que los Estados dominantes del sistema capitalista entienden por "terrorismo" sea: defensa de los principios de "Occidente" contra el propio "Occidente". Defensa esta que puede, con arreglo a la misma legitimación jurídica, recurrir a la lucha armada reconocida en el ordenamiento internacional como un derecho inprescriptible de todo pueblo ocupado. Ello es válido tanto en los callejones de Gaza y en el Iraq destruido y ocupado como en lugares mucho más cercanos y menos "exóticos". Por otra parte, en el plano de la historia más inmediata y de su tergiversación por la "prensa libre", el hecho de que Hamas controle Gaza se presenta como el resultado de una especie de acto de fuerza por parte del movimiento islámico de resistencia, ignorando así cómo llegó este movimiento al gobierno en Gaza y el resto de los territorios.


La perpectiva asumida por los medios de comunicación oficiales, tanto públicos como privados, se aleja de manera importante de la realidad. En primer lugar, el gobierno de Gaza es lo que queda del gobierno legítimo elegido en las urnas por la población palestina en las últimas elecciones generales celebradas en Cisjordania y Gaza. Si se recuerda, la victoria de Hamas condujo a la constitución de un gobierno dirigido por Ismail Haniya que -aun sin reconocer a Israel- se apresuró a ofrecer a este país una tregua indefinida siempre y cuando el Estado sionista aceptase reconocer como sus fronteras las anteriores a 1967. Esta exigencia de reconocer el mandato del derecho internacional, o al menos de la ya muy parcial versión de este que se traduce en las sucesivas resoluciones de las Naciones Unidas sobre Palestina, resulta inaceptable para Israel y prueba del "extremismo" "fanático" y "terrorista" de la resistencia palestina.

Israel es uno de los pocos Estados que no tienen fronteras definidas. Su territorio no se define en contraposición al de otros pueblos como suele ocurrir dentro del sistema de Estados oriundo de la historia y la geopolítica europeas que se impuso a nivel mundial tras el gran proceso de descolonización de la segunda mitad del siglo XX. La soberanía moderna representa en este sistema un poder territorial en el que el soberano tiene el monopolio del derecho y de la decisión política dentro de unas fronteras. Más allá de ellas existen otros poderes igualmente soberanos cuyas fronteras se recortan sobre las de otros Estados. Tal es el fundamento mismo de la Carta de las Naciones Unidas y de todo el derecho internacional vigente.

El hecho de que Israel se niegue a definir sus fronteras responde a su anacronismo. Israel es el último Estado colonial que aún hoy declara explícitamente su carácter, si bien evita utilizar este término infamante esncondiendo la realidad bajo una argumentación teológica o victimista. Si no fuera por esta mistificación, el Estado de Israel presenta pocas diferencias con la colonia francesa de Argelia en la que Francia fue progresivamente expulsando de la franja costera “útil” a la población árabe. Su arma para ello, desde el punto de vista jurídico, era la negación de todo derecho de ciudadanía tanto francesa como extranjera a los árabes. Argelia sólo podía existir bajo el domino francés como una reserva de tierras destinada a la colonización europea. Como pueblo y país árabe y norteafricano no podía tener ninguna entidad propia. Israel sigue rigurosamente la misma línea, por ello su frontera sólo puede ser el límite provisional de una colonización que prosigue su curso indefinidamente. El presupuesto en que se basa esta situación es la negación de la existencia política de la población árabe de Palestina. El pueblo palestino no tiene derecho a existir como como otro pueblo formalmente igual frente a Israel, sino como una realidad menor, que se puede ignorar y se procura borrar. Es difícil no reconocer en esto el mismo racismo que inspiró las demás colonizaciones europeas.


El término último de la colonización sionista sería la expulsión del conjunto de la población árabe de la antigua Palestina. El problema es que una depuración étnica total que declarase a Palestina “limpia de árabes” recordaría demasiado el proyecto étnico nacionalsocialista de una Europa “limpia de judíos” (judenrein o judenfrei era el término utilizado por el régimen nazi). Esto, efectivamente, resultaría sumamente problemático para un régimen como el israelí que asienta desde los años 60 su legitimidad en el holocausto nazi. Israel sería el refugio de la vida judía frente al antisemitismo genocida, pero para serlo tiene que hacer realidad el principio sionista: “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Este principio no es declarativo sino performativo. Enunciarlo es hacerlo realidad con actos. La condición inexcusable para su realización es la expulsión progresiva o al menos la “invisibilización” de la población árabe. El exterminio o la deportación total no son posibilidades que Israel pueda contemplar a breve o medio plazo. De momento, la estrategia del sionismo consiste en una incesante operación de desgaste mediante un deterioro constante de las condiciones de vida en los territorios palestinos. El encierro detrás del muro, el embargo de toda ayuda incluso alimentaria y médica, el sabotaje de toda actividad económica significativa y el pillaje de los ingresos arancelarios de la autoridad palestina por parte de Israel estrangulan progresivamente a una población cuya mera existencia en su país es una constante amenaza para el Estado sionista.


Progresivamente, la población palestina se ve encerrada en un sistema de guetos o de bantustanes cuya superficie es cada vez menor debido a la construcción del muro de separación así como de carreteras para los judíos y de nuevas colonias en tierras palestinas ocupadas. Mientras quede algo de tierra en manos palestinas y algún palestino vivo no podrá hablarse de genocidio. Por ello mismo el sionismo ha preferido a una operación de limpieza étnica rápida -como la que lanzó en 1948 para limpiar de árabes el territorio concedido a Israel por las Naciones Unidas- una limpieza étnica en progresión infnita. De lo que se trata es de eliminar poco a poco y en la práctica una población sin que por ello pueda hablarse de genocidio, sino de “medidas de seguridad”, “contrairsurgencia”, “lucha contra el terrorismo” etc. Todo ello, naturalmente, en el marco del "proceso de paz".


Dentro de esta estrategia colonialista y racista a penas disimulada, el “proceso de paz” es una indispensable mascarada y el papel que en este proceso desempeña la Autoridad Palestina recuerda la instrumentalización de los consejos judíos (Judenräte) por el nacionalsocialismo en los guetos de Europa oriental soberbiamente descrita por Hannah Atrendt en Eichmann en Jerusalén. Como se sabe, el proceso de paz se inicia tras el final de la guerra fría en el contexto del Nuevo Orden Mundial preconizado por Bush padre. El proceso se plantea en realidad como respuesta a la primera gran insurrección (Intifada) de la población palestina contra la ocupación israelí. El deterioro de la imagen internacional de Israel que supuso esa insurrección fue considerable. Las imágenes de un ejército potentísimo asesinando a niños que lo atacaban a pedradas dieron la vuelta al mundo y recordaron la realidad de la situación colonial en que vivía y vive la población árabe de Palestina. Nada más parecido a la represión israelí contra el conjunto de la población indígena que las famosas “masacres administrativas” perpetradas por el ejército colonial británico en la India. Práctica colonial esta que sirvió, con el tiempo, de inspiración a un tal Adolfo Hitler. La solución inicial que la “comunidad internacional” ideó para lavar la cara a Israel fue el lanzamiento de un proceso de paz cuyo primer paso fue el regreso de la dirección exilada de Al Fatah al 20% de la Palestina histórica aún no enteramente absorbido por Israel. En el marco del proceso de paz, los antiguos “terroristas” de Al Fatah se convierten en una administración provisional de los “Territorios” encargada de liquidar la Intifada con más “legitimidad” y eficacia que Israel. Es lo que Edward Said no dudó en calificar de gobierno colaboracionista sobre el modelo del régimen francés de Vichy. Con todo, ni siquiera esa fiel colaboración con el ocupante sirvió para que Israel aceptara el derecho de los palestinos a un Estado internacionalmente reconocido. La relativa incapacidad de la administración autónoma para poner término a la resistencia palestina era interpretada sistemáticamente por Israel como duplicidad. El triste destino de Yasser Arafat ilustra a la perfección el estatuto de la Autoridad Palestina. Quien regresara ufano a Palestina -aunque no a su propia ciudad- de la mano del proceso de paz pudo rápidamente comprobar cuáles eran los límites reales de su poder. En una nueva escenificación de “El rey se muere” de Ionesco, el rais palestino que ya sólo disponía de 20% del territorio de su país, se vió progresivamente limitado bajo la presión israelí a Cisjordania, a la ciudad de Ramallah, al complejo administrativo de gobierno (la muqata) y finalmente a su propio despacho tras cuyos tabiques se movía el ejército israelí.

La ilusión del poder palestino quedó patente en ese movimiento de reducción progresiva del territorio en que ejercía su autoridad. Este se encogía siempre un poco más, pero sin liquidar nunca el mínimo necesario para mantener la ficción. Es una progresión asintótica que acaba con la propia muerte de Arafat. Probablemente asesinado, envenenado por los servicios secretos israelíes, pero sin que este hecho pudiera ser oficialmente reconocido por la Autoridad Palestina. Reconocer que Arafat había sido asesinado equivalía a poner fin al “diálogo” y al “proceso de paz”. Con ello las autoridades palestinas hubieran perdido la cara e Israel su “legitimación”.

En ese marco de movilidad de la “frontera” al arbitrio de Israel, se comprende perfectamente la reivindicación de Hamas de que Israel declare sus fronteras como condición previa a toda negociación. Negociar con un poder cuyo territorio no está limitado es precisamente lo que condujo a la autoridad palestina a la fragmentación de su territorio en más de una veintena de pequeños enclaves donde se hacina la población, sin tierras ni agua suficientes, sin posibilidades reales de comerciar con Israel ni con el resto del mundo. Enclaves que, por lo demás, también van reduciéndose progresivamente, mediante dispositivos como el “muro de separación” o los planes urbanísticos del Gran Jerusalén. La colonización israelí dentro de los propios territorios que, en el marco del proceso de paz, quedan bajo autoridad palestina prosigue sin cesar. La retirada israelí de Gaza, saludada por los ingenuos como una concesión o un acto de buena voluntad tenía por objetivo convertir definitivamente la totalidad de ese exiguo territorio en un auténtico gueto. Para encerrar eficazmente a la población de Gaza era necesario desalojar primero a los colonos israelíes. Luego, siempre habría tiempo de reventar el absceso y limpiar de población árabe una zona que poco a poco se ha hecho casi inhabitable y que sólo sobrevive gracias a la ayuda “humanitaria” internacional.


Es lo que está haciendo Israel con la complicidad de norteamericanos y europeos. Está llevando a su último término el golpe de estado de Abbas contra el gobierno de Hamás en su último reducto de Gaza. La resistencia heroica que opone la hambrienta y aislada población de Gaza a un ejército poderoso y sin escrúpulos está suscitando una amplísima solidaridad en el mundo árabe y fuera de él. Sobre todo en la propia Palestina, entre los árabes de Israel y los de Cisjordania, crecen a la vez el sentimiento de solidaridad con Gaza y la indignación ante la complicidad de las autoridades colaboracionistas de Ramallah. De ahí la urgencia con que el ejército israelí procura realizar su labor de exterminio en la que se multiplican las "bajas colaterales" en mezquitas, escuelas, hospitales y ambulancias.

Hoy, los resistentes de Gaza en su combate casa por casa contra un ejército racista, recuerdan otras escenas de dignidad. En particular la insurrección del gueto de Varsovia contra el exterminio nazi. Los combatientes judíos de Varsovia se alzaron en armas contra quienes pretendían exterminarlos en una lucha desesperada y condenada al fracaso. Fueron casi todos exterminados en el desigual combate contra el ejército alemán. Hasta la última casa del gueto de Varsovia quedó destruida. Como reveló hace unos años el periodista del diario israelí Haaretz, Emir Oren, el ejército israelí estudió para preparar sus ataques contra la población palestina las técnicas de contrairsurgencia del ejército nazi. No sólo "técnicamente" es el sionismo un heredero legítimo aunque paradójico del nazismo. Hoy en Gaza, son los árabes de Palestina quienes frente a la barbarie racista retomar las bellas palabras de los combatientes judíos del gueto de Varsovia:
"Zog nit keynmol az du gayst dem letzten veg,
Ven himlen blayene farshteln bloye teg;
Vayl kumen vet noch undzer oysgebenkte shuh,
Es vet a poyk tun undzer trot - mir zaynen do."
(Nunca digas que este es tu último camino,
A pesar del cielo de plomo que esconde el cielo azul.
Para nosotros sonará la hora tan esperada.
Con nuestros pasos resonará este grito: ¡estamos aquí!)


Frente a quien pretende exterminar a una población entera, afirmar "mir zaynen do", o en árabe "nahnu huna" es declarar la existencia como lucha y la lucha como existencia. La expulsión de los sionistas de Gaza, la victoria de Hamas y de las demás milicias que resisten a la aniquilación es una condición para cualquier posible proceso de paz. La derrota de los "terroristas" de Hamas sería una nueva derrota y una nueva aniquilación del gueto de Varsovia.

martes, 9 de diciembre de 2008

La existencia como acto de terrorismo, sobre Palestina, Tarnac y Grecia

En los años 70, la prosa oficial del poder israelí negaba la existencia misma de un pueblo árabe en Palestina. Conforme al estricto mecanismo de represión aplicado por el Estado de Israel al pasado del territorio ocupado, lo que habían encontrado los judíos en Palestina no era sino desierto, haciendo así verdad el lema de los fundadores del sionismo: "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra." La mera existencia de los palestinos trastornaba este tranquilizador esquema, de ahí que se procediera a su completa identificación con el terrorismo. Terrorismo no era sólo la -por cierto legítima y legal- lucha armada contra la ocupación de su país ejercida por una pequeña parte de la población árabe, sino el mero hecho de permanecer en su tierra, de cultivar sus campos, trabajar en sus talleres, hacer la comida en sus casas o educar a sus hijos. En resumen, hacer una vida normal cuando las autoridades habían decretado que no se tenía derecho a vivir o al menos a hacerlo en su propia tierra. Así, los ya paradójicos "residentes ausentes" que constituían una parte considerable de la población árabe de Palestina pasaron en los años 70 a denominarse sencillamente "terroristas." Terrorista era quien empuñaba la pistola, pero también el escolar, el ama de casa o el niño de pecho. Es difícil olvidar lo que contara hace unos años el documentalista belga Chris d'Hondt de regreso de Palestina, entre otras cosas la imagen, no filmada sino vivida y narrada de un niño palestino al que vuelan la cabeza los soldados de Israel por el crimen de llevar un melón debajo del brazo...

En la actualidad, más cerca de nosotros, en dos países "de nuestro entorno" se ha puesto de relieve la extrema peligrosidad de realizar actos normales de la vida cotidiana cuando se pertenece a categorías de la población sospechosas de querer vivir de manera algo alejada del canon habitual. El mero hecho de existir también hoy, en pleno siglo XXI y en la Europa "democrática"puede tratarse como un delito castigado con la prisión o con la muerte.

El 11 de noviembre de 2008, las fuerzas especiales de la policia francesa detuvieron a un grupo de jóvenes acusados sin pruebas de haber entorpecido y retrasado la marcha de los trenes de alta velocidad. Se encuentran actualmente en prisión acusados de terrorismo. Los elementos probatorios de los que dispone el juez son sencillamente ridículos: un horario de ferrocarriles, una escalera y diversas herramientas de uso bastante habitual en la casa rural de Tarnac donde vivían los jóvenes. En realidad, lo inquietante es que se tratara de un grupo de personas reflexivas y politizadas que se habían instalado en un pueblo para practicar algo de agricultura y explotar una tienda de comestibles. Otra de sus actividades era dar de comer a los ancianos del lugar. Se trataba para ellos de vivir modestamente, pero sin depender de ningún patrón. También se trataba de trabajar lo menos posible y de poder dedicar tiempo a la vida con los demás, al estudio, a la actuación política. Lo que los colocó en la primera línea de los "sospechosos" fue su participación en numerosas manifestaciones contra el proyecto de fichaje policial de buena parte de la población francesa propuesto por el ministro del interior de Sarkozy, así como en otras reuniones políticas tanto en Francia como en otros países. Ciertamente, en el muy interesante panfleto de inspiración situacionista escrito por algunos de estos jóvenes bajo el pseudónimo de "Comité Invisible" que lleva por título "La insurrección que viene" se llamaba, con razón, a tomar las medidas pertinentes para frenar la carrera desenfrenada en que se ha convertido la vida en la fase extremista y tal vez extrema del capitalismo que nos ha tocado vivir. Querer vivir en un tiempo y un espacio que no son los impuestos por el orden existente constituye hoy día un presunto delito de "terrorismo".

Aún más recientemente, el 6 de diciembre, en otro país miembro de la Unión Europea, Grecia, la policía mató fríamente a un joven, un adolescente de 16 años que estaba tomando algo con sus amigos en un bar. Ciertamente, en el clima de crispación que hoy vive Grecia debido a la brutal gestión de la crisis por parte del gobierno y al aumento del paro y de la precariedad que ésta supone, tanto la población como el poder y sus aparatos represivos manifiestan un enorme nerviosismo. Así, la mera presencia de policía en la zona del barrio ateniense de Exarchia donde salían estos jóvenes motivó algunos ataques verbales contra la policía a los que ésta respondió con insultos y gestos ofensivos y por último con tres tiros dirigidos a órganos vitales del joven. Lo que de esto se concluye, y lo que concluye buena parte de la juventud griega, es que nos encontramos en una situación en la que cualquier joven con aspecto de precario -hoy, casi todos lo tienen- puede ser liquidado a tiros por la policía sin motivo alguno. Ello probablemente se deba al hecho de que esos jóvenes, la mayoría de los cuales carece de empleo fijo, están de más. Ese estar de más los asemeja a los palestinos cuya mera existencia es considerada por el poder israelí como una amenaza "terrorista." Al igual que Israel, nuestros países incapaces de dejar vivir en paz a sus jóvenes, a sus inmigrantes y demás categorías de la población que se consideran "peligrosas" están sentados sobre un barril de pólvora. La auténtica insurrección con que la juventud griega ha respondido al asesinato muestra adonde puede conducir la ceguera de un poder que trata a una parte de la población como "presentes ausentes".