"Para convertirse en el concepto de causalidad estructural, el concepto de la existencia de la causa en su efecto se debe determinar y especificar de manera definida, a fin de dar cuenta del hecho de que esa causa es una estructura (y no otra cosa) y no una ousia en el sentido aristotélico, o un subjectum matemático en el sentido leibiniziano." Louis Althusser, Conversación con el padre Breton sobre Spinoza, 16 de junio de 1967)
El
artículo de Adriá Porta Caballé y Luis Jiménez titulado
Discurso,política y transversalidad que publicó el 18 de mayo Ctxt,
tiene varias virtudes : en primer lugar su tono es mesurado y
hasta amable, en segundo lugar pretende iniciar un debate teórico
sobre cuestiones decisivas de la política y la filosofía. Contrasta
por consiguiente con una práctica común de los ideólogos -hasta
hace bien poco oficiales- de Podemos consistente en responder a las
críticas teóricas o políticas de sus planteamientos con el
silencio o con argumentos
ad hominem. Afortunadamente, el
silencio al menos se ha roto y alegra comprobar que existe una
capacidad moral e intelectual de respuesta a las críticas. Esto es
un gran paso adelante, sin duda. Mayor aún lo sería si la respuesta
a intervenciones críticas se centrase en el contenido de las
críticas formuladas sin necesidad de repetir los fundamentos de una
doctrina laclausiana cuyos textos muchos habíamos leído años antes
de que existiese Podemos. Si algunos rechazamos algunas tesis
fundamentales de Laclau no es porque las ignoremos y conociéndolas
por fin gracias a las explicaciones de los discípulos fuéramos a
aceptarlas como una verdad evidente e indiscutible. Se observa a lo
largo del artículo así como en otros textos e intervenciones de la
misma escuela cierta fascinación con las tesis de Laclau, una
fascinación que tiene que ver con la idea implícita de que « El
laclausismo es invencible porque con él se cosechan votos ».
Se hace así una interpretación del fenómeno Podemos en los
términos de la encarnación de una verdad : si para los
comunistas de la Tercera Internacional, el marxismo se había
encarnado en la URSS, para nuestros autores el verbo laclausiano se
habría hecho carne en Podemos y en su rápido ascenso electoral. Por
este motivo también, identifican las críticas a sus planteamientos
teóricos y estratégicos no como críticas a una posición teórica
y estratégica dentro de Podemos, sino como « críticas a
Podemos », ignorando así la diversidad interna de una
organización, que solo pudo parecer ideológicamente monolítica por
la sistemática exclusión de todo debate público.
La
« otra historia » de Podemos
El
éxito de Podemos se convierte así en criterio de verdad, lo cual
nos obliga a cuestionar dos cosas : el alcance de ese famoso
« éxito » y la relación entre la doctrina
laclausiana-errejoniana con ese éxito. Muy probablemente sea
necesario redimensionar estos dos aspectos, pues el éxito de Podemos
solo se ha manifestado hasta ahora en espacios de confluencia plural
como el de las elecciones municipales o las elecciones legislativas
de diciembre. Obviamente, Podemos por sí solo no tiene fuerza
suficiente para impulsar ningún proceso real de transformación sin
contar con las diversas fuerzas que determinaron hace un año el
éxito en las municipales de las candidaturas « del cambio ».
Por lo demás, ni esas candidaturas, ni el propio Podemos habrían
sido ni tan siquiera posibles sin un acontecimiento tan ajeno a la
gramática del populismo laclausiano como fue el 15M, fenómeno
caracterizado por la falta de liderazgos, el rechazo explícito de la
representación, la enorme pluralidad interna y la relativa
indefinición discursiva. Nada que ver con una « máquina de
guerra electoral » ni con la repetición de consignas
elaboradas por un equipo de comunicación ni con la ausencia de
debates públicos. El 15M, por mucho que ciertos « responsables
de discurso » de Podemos se empeñen en verlo así, no fue
tanto una expresión de dolores como, sobre todo, una gran expresión
de alegría, un gran momento de cooperación libre de mucha gente que
resultó bastante bien organizada y produjo enormes efectos de
desestabilización del régimen español.
No
es que el 15M se baste a sí mismo, ni que Podemos no haya sido
necesario. Podemos vino a posibilitar una indispensable intervención
en el ámbito de la representación política de ese mismo sector
que, en el 15M rechazaba la representación. Sin Podemos, el 15M,
cuyo papel de creación de redes de cooperación es fundamental, no
habría tenido ninguna posibilidad seria de propulsar un cambio
político. Significa esto que el 15M no era una realidad política de
pleno derecho y que solo Podemos ha venido a « dar sentido »
a los « dolores » allí expresados ? No parece
plausible. Una operación de comunicación política como la de
Podemos no podría haber funcionado sin la televisión y demás
medios, pero Podemos solo pudo llegar a los medios a partir de un
tejido de redes ya elaboradas en la práctica el 15M, la PAH o las
mareas. Este dispositivo, plenamente político en cuanto se oponía a
actos del poder y se manifestaba como resistencia autoorganizada a la
crisis y como propuesta programática, no esperó a que un aparato de
comunicación política lo creara mediante la supuesta taumaturgia
del discurso. Estaba ya allí y se integró con otros elementos,
bastante diversos, para generar ese fenómeno complejo y fuertemente
aleatorio que se denomina Podemos.
El
discurso y su exterior
Nadie
niega pues la importancia decisiva del discurso en la práctica de
Podemos, ni en general en el conjunto de las prácticas del animal
que habla y muy singularmente en la práctica política. Se agradece
la pedagogía de los autores del artículo recordando que el discurso
no son unas notas destinadas a una alocución pública, ni, en
general, meras « palabras ». Muy cierto : el
discurso, sin embargo, no deja de ser lenguaje, pero en palabras de
Émile Benveniste « lenguaje puesto en acción ». El
discurso implica la producción en y por el lenguaje de un sujeto de
la enunciación expresado por los pronombres personales « yo »
y « tú ». El sujeto es inicialmente el que habla en un
determinado enunciado en la medida en que este mismo enunciado da
cuenta de él. No hay lenguaje sin sujeto, ni sujeto sin acción,
tanto en la enunciación lingüística como en el conjunto de
prácticas extralingüísticas relacionadas con la enunciación. Si,
como muy correctamente afirman nuestros amigos laclausianos, el
discurso no son meras palabras es porque : 1) el discurso
integra palabras en el marco de un lenguaje que marca y constituye
los sujetos a través de los pronombres personales, 2) el lenguaje se
hace discurso cuando los sujetos de la enunciación se especifican
como sujetos de distintas prácticas no lingüísticas. No existe así
un discurso único, sino una multiplicidad de discursos relacionados
con otras tantas prácticas : existen así un discurso y un
sujeto del lenguaje, de la ciencia, de la política, de las distintas
ideologías, etc.
Es
arriesgado ir demasiado lejos en la afirmación de las posibilidades
productivas del discurso como tal. Si retomamos el ejemplo de Laclau
que nos brindan nuestros interlocutores en el que un albañil pasaba
a otro ladrillos, una paleta u otros utensilios a medida que el
segundo los nombraba, resulta para un laclausiano que no hay manera
de distinguir las palabras de la acción, ni de la relación de poder
que media entre los dos individuos. Esto es olvidar que la misma
secuencia de palabras y de réplicas puede tener lugar en una
representación teatral (un procedimiento, por cierto, frecuente en
Samuel Beckett, no para desvelar un significado, sino para poner de
relieve un absurdo), en un relato de la escena, o...en el propio
texto de Laclau sin que en ninguno de estos casos tenga sentido decir
que las palabras y el acto de construir sean indistinguibles. Y es
que no existe discurso sin una dimensión extralingüística, por
mucho que toda acción humana vaya asociada al discurso que le da
significado. Ahora bien, ese significado no es unívoco y no es lo
mismo un significado científico y uno ideológico. Un significado
científico está asociado a una práctica científica y el discurso
de la ciencia solo es posible mediante dispositivos discursivos
precisos en los que es decisivo y nunca indiferente que una
determinada proposición sea verdadera o falsa, es decir que guarde o
no relación con la realidad extralingüística. Ciertamente, en el
universo de la ideología, en el que discurren la inmensa mayoría de
nuestras prácticas, las cosas no son así ; en ese universo
valen las tesis de Laclau, pues de lo que se trata en la política o
en otras prácticas como la religión es de generar realidades
inmanentes al discurso. Sin embargo, no todo es ideología, ni toda
la realidad discurre en la conciencia de los hombres ni en el
discurso con el que esta « da significado » a la
distintas realidades.
Sin
lo que Althusser denomina « el Gran Descubrimiento de Marx »,
el del Continente Historia, podría seguirse manteniendo el discurso
político en un terreno de rigurosa inmanencia al discurso de una u
otra ideología. Sabemos desde la Ideología Alemana que lo
propio de la ideología es ese cierre que confunde la realidad con
« gigantomaquias ideales », lo cual no solo se aplica a
Feuerbach, Strauss, Stirner y demás jóvenes hegelianos que vapulean
alebremente Marx y Engels, sino, como señala Althusser, a cualquier
sujeto humano. Todo sujeto humano tiene un mundo vivido o vivencial
(Lebenswelt lo llama Husserl) que no es una « falsa
conciencia » sino sencillamente su conciencia. La conciencia
es el resultado de la interacción de nuestro cuerpo y el mundo
exterior, una interacción generalmente pasiva que no me permite
tener un conocimiento adecuado de las relaciones que constituyen mi
individualidad ni de las relaciones de esta con los objetos
exteriores. Todo en la conciencia, como en el yo cartesiano después
recuperado por Husserl, se presenta como inmanente a ella. La
conciencia es así, un cierre y el examen de sus contenidos implica
siempre una puesta entre paréntesis del mundo exterior, que el
fenomenólogo realiza metódicamente, pero que todos, en la ideología
efectuamos « espontáneamente », esto es de manera
pasiva. Afirmaba Spinoza en el Apéndice de Ética I tras
describir el mundo de la conciencia como un universo finalista en el
que toda la realidad gira en torno al sujeto, que, si la matemática
«que
versa no sobre los fines, sino sólo sobre las esencias y propiedades
de las figuras, no hubiese mostrado a los hombres otra norma de
verdad » permaneceríamos por siempre en el delirio del
discurso finalista que la conciencia genera « espontáneamente ».
Además de la matemática existen
« otras causas »,
entre las cuales, sin duda está esa ciencia de la historia y de la
política que el filósofo de Amsterdam contribuyó a fundar en clave
materialista siguiendo los pasos de Maquiavelo, esa misma ciencia
que, en Marx, se desplegará como ciencia del Continente Historia. La
historia materialista tendrá sobre la ideología efectos
perfectamente análogos a los que Spinoza atribuía a la matemática :
se trata de posibilitar una salida de la pasividad y del cierre que
representa la conciencia con sus categorías espontáneas de sujeto,
finalidad, sustancia finita, etc.
Totalidad
y sobredeterminación
Lo
que aporta el materialismo histórico a esta tarea de liberación
racional es la perspectiva de un universo social múltiple y
relacional, pensado a partir de una tópica, esto es de un
modelo formal estratificado que presenta el todo social, no como el
resultado de la acción intencional de un sujeto que le da
« significación », sino como la resultante de la
interacción de una pluralidad de prácticas sociales (instancias)
que interactúan y se determinan entre sí, bajo la determinación
« en última instancia » de la esfera de la producción
material. Sostienen nuestros detractores que la determinación
múltiple y recíproca (sobredeterminación) de las diversas
instancias de la sociedad y la « determinación en última
instancia » por la producción material constituyen « dos
proposiciones contradictorias ». Suponen que la
sobredeterminación, para serlo, debe evitar esa asimetría, que
escondería una determinación unívoca del conjunto de las
instancias de la sociedad por la esfera económica y que si se afirma
esta última se está negando la realidad de la primera, reducida en
el mejor de los casos a mera apariencia. Por esta razón, Laclau
critica un supuesto « esencialismo » en el marxismo
althusseriano, pues una esencia, la de lo económico determinaría en
realidad el conjunto de la realidad sin dejar margen alguno para la
política, esto es para la acción de los sujetos en la coyuntura.
Esta crítica, perfectamente correcta si se dirige al marxismo
estaliniano, constituye un hondo malentendido referida a Althusser.
Althusser no piensa la determinación en última instancia por la
producción material como el despliegue de una esencia, sino como la
acción de una causa estructural o inmamente. La producción material
es también una instancia sobredeterminada, en la medida en que no
puede existir ni, lo que es lo mismo, reproducir sus condiciones de
existencia sin la acción de las demás instancias del todo social.
Por ello mismo, en palabras del Althusser de Leer El Capital,
« la hora solitaria de la determinación en última instancia
nunca llega a sonar ». Esto significa que lejos de que exista
« la economía » como esfera autónoma, solo existe la
sociedad en toda su complejidad, pero una sociedad determinada por el
hecho señalado por Marx de que toda sociedad humana es un todo en
relación metabólica permanente con la naturaleza, en otros
términos, un todo productivo. La producción material es la
existencia misma de la sociedad, su condición necesaria, de ahí que
determine y delimite la eficacia de las demás instancias que
constituyen en su totalidad sus condiciones suficientes. La
concepción althusseriana de la totalidad social no define nunca a
esta como la expresión en múltiples instancias de una esencia
simple, sino la articulación variable de una multiplicadad de
instancias o estructuras sobredeterminadas bajo la determinación en
última instancia de un todo que es una « estructura de
estructuras », no menos sobredeterminada.
Que
los discursos que operan en cada una de las instancias de la
totalidad social se vean determinados por prácticas
extralingüísticas como la producción material no quiere decir que
no tengan ninguna entidad ni materialidad, sino que un discurso solo
existe en el marco de una relación de relaciones, de un todo que los
incluye y que no es « otra cosa » que sus registros
concretos de realidad o de eficacia. La eficacia del registro
político es así un aspecto de un todo que necesariamente mantiene
una relación con la naturaleza material, relación no plenamente
determinable por el discurso ni por la conciencia, pero en la que
intervienen el discurso y la conciencia como en cualquier otra
práctica social humana. La causalidad estructural marxiana permite
pensar, más allá de la significación que otorgan a la realidad un
discurso o una conciencia, la pluralidad de instancias de la práctica
social, una pluralidad no sincrónica en la cual es posible una
política informada por un análisis de la coyuntura de las luchas de
clases en las diversas instancias. Esto permite que la significación
discursiva de la realidad social resulte siempre antagónica y nunca
plenamente suturada por un significante vacío o un discurso
hegemónico. Como recuerda Jacques Lacan a los estudiantes maoistas
que lo interpelan en el 68, « nada es todo » :
ningún discurso efectúa una sutura del campo del discurso, porque
ningún discurso se sostiene por sí mismo pues todos se sostienen en
una realidad materialmente escindida. No es la menor ventaja de esa
perspectiva « no total » que desde ella resulte imposible
afirmar que una organización democrática radical como Podemos
ttenga « algo que ver » con el Frente Nacional de Marine
Le Pen. Aún reconociendo la eficacia parcial del discurso
laclausiano, la evitación de este tipo de aproximaciones
posibilitadas por una concepción abstracta del discurso es razón
más que suficiente para no ser laclausiano.