(Publicado en CTXT)
La
crisis de Podemos no es una novedad. Desde el principio esta
organización conoció una crisis larvada, derivada de la tensión
originaria entre sus tres componentes : el grupo de comunicación
política de Iglesias, Errejón y Monedero, el partido Izquierda
Anticapitalista (IA) y un tercer componente difuso de ciudadanía
politizada por el 15M. La coexistencia de los tres sectores nunca fue
fácil : dos grupos relativamente coherentes pugnaban por la
hegemonía interna, mientras el tercer sector se mostraba reacio a
aceptar el concepto mismo de mando interno e incluso la idea de
representación. La tensión fue permanente y, hasta cierto punto
fructífera en los primeros meses, hasta que la asamblea de
Vistalegre aprobara, en condiciones de inmensa desigualdad entre los
distintos sectores y bajo el control del grupo mediático, una
plataforma que propugnaba un asalto electoral a las instituciones,
cuyo primer momento resultó ser el asalto dado por Pablo Iglesias y
sus fieles a la propia organización.
La
necesidad de disciplinar la multiplicidad dentro de la organización
inherente a la estrategia de Vistalegre se tradujo en una relativa
marginación del componente Izquierda Anticapitalista y la reducción
a la insignificancia de los círculos, rápidamente sustituidos por
una sobreabundancia de “consejos ciudadanos” controlados por la
tendencia de la dirección a través de sus “secretarios
generales”. Podemos se convirtió así en una organización
burocratizada hasta el ridículo con una inmensa profusión de cargos
de pomposa denominación y probada fidelidad. Se trataba después de
Vistalegre no de constituir una organización con una amplia base
social, sino de neutralizar lo más posible al sector 15M y,
secundariamente, al sector IA, para dejar el campo libre al grupo
mediático-electoral convertido en dirección. Se trataba, pues de
que no llegase a constituirse un auténtico partido democrático de
masas.
El
grupo mediático-electoral imprimió su estilo a la organización,
silenciando todo debate político y reiterando consignas en las que
se insistía con impúdica frecuencia en la excepcionalidad y la
entrega del grupo dirigente, presentado como “los mejores” y se
afirmaba de sus miembros que “se están dejando la piel”. Los
análisis de coyuntura electoral elaborados en el secreto de los
órganos directivos fueron la única elaboración teórica, jamás
sometida a ningún tipo de debate, de la dirección de Podemos. La
tecnicidad de estos análisis y la supuesta capacidad de un equipo
“muy bien formado” sirvieron de justificación a una división de
la organización en dos sectores : una
dirección que funciona como una empresa de comunicación
político-electoral y una base dispersa que funciona como público o
audiencia. La vida orgánica de Podemos
más allá de esta relación empresa-público ha sido casi
inexistente. Solo en algunos casos, sólidos movimientos ciudadanos
incorporados a Podemos pero con trayectoria anterior propia pudieron,
a nivel local, mantener algo de lo que fue el Podemos inicial. Muchos
círculos quedaron desiertos al haber perdido toda utilidad como
lugares de debate y de autoorganización política. De los
componentes iniciales de Podemos solo conservó visibilidad la
dirección y, en menor medida el sector representado por
Anticapitalistas (denominación de IA tras el abandono de su
condición de partido autónomo). Todo esto se justificaba por la
urgencia extrema de una guerra relámpago.
Sin
embargo, la realidad electoral fue mostrando, de un proceso electoral
a otro, los límites de la hipótesis de la dirección, también los
límites del durísimo contrato contraído con las bases :
silencio y obediencia a cambio de la garantía de un triunfo
electoral que precipitaría el cambio. Los desmentidos sucesivos
infligidos por la realidad a la estrategia de asalto y al
verticalismo casi militar de la organización dieron ocasión a que
se manifestaran diversas iniciativas pluralistas y de apertura. Desde
Abriendo Podemos hasta Ahora en Común sectores internos a Podemos o
situados en su entorno inmediato intentaron lanzar un debate sobre la
necesidad de pluralismo interno y externo, de democracia y de
confluencia. Estas iniciativas se encontraron con el más absoluto
desprecio por parte de la dirección. Sin embargo partían de una
evidencia palmaria : los buenos resultados de las municipales en
los que se produjeron amplias confluencias contrastaban con el
fracaso relativo de Podemos que, presentándose en solitario a las
autonómicas, no consiguió resultados suficientes para gobernar
ninguna comunidad autónoma, aunque tuviera buenos resultados en
Aragón o en Madrid.
Esta
situación ponía a Podemos ante una alternativa estratégica :
o bien mantener el monolitismo y, no pudiendo superar al PSOE, servir
a este de complemento para constituir una mayoría de gobierno, o
bien abrirse a amplias confluencias que permitieran mantener una
perspectiva de desbordamiento social y electoral dirigido al inicio
de un proceso constituyente. La primera de estas opciones la
personifica Íñigo Errejón, quien la sostiene teóricamente con
argumentos extraídos del neo-populismo de Ernesto Laclau. La segunda
no tiene representación en la dirección, pero está presente dentro
de Podemos y su entorno a través de muy variados exponentes, como
una permanente exigencia de democracia interna y apertura exterior,
en cierto modo, una exigencia de retorno al principio, a los
orígenes.
El
fracaso de la hipótesis gobernista basada en la aceptación de la
subalternidad respecto del PSOE y en el mantenimiento de una
estructura de mando vertical, se hizo patente en el discurso de Pablo
Iglesias que llegó a mentar sacrílegamente la “cal viva” que
manchaba las manos de Felipe González. Después de eso es difícil
dar marcha atrás. El discurso precipitó una avalancha de dimisiones
de miembros del consejo ciudadano madrileño y, en respuesta a estas
orquestadas dimisiones, condujo a la destitución por parte de Pablo
Iglesias del muy errejonista secretario de organización de Podemos.
Estas disputas internas han tenido lugar en la máxima oscuridad sin
que se diera la más mínima explicación política, ni existiera el
más remoto atisbo de debate público. Se trata por consiguiente de
una disputa interna a la burocracia de la organización, que Pablo
Iglesias ha intentado resolver por medios burocráticos proponiendo
como nuevo secretario de organización a quien fuera el principal
adversario político de sus tesis en Vistalegre, Pablo Echenique.
Echenique
se encuentra ante una tarea difícil, pues ya hay muchas estructuras
y relaciones de poder no democráticas consolidadas en Podemos.
También ha sido difícil el clima en que han vivido los afiliados de
esta organización entre disputas de poder, purgas casi chekistas y
ausencia casi total de debate y reflexión públicos. Se respira en
amplios sectores de la organización un aire de deshielo tras el
período de hegemonía errejonista y de verticalismo organizativo. La
profusión de estructuras burocráticas y de lealtades hará difícil
el cambio y también será un obstáculo la falta de una cultura de
debate público. Podemos solo podrá abrirse a la realidad social,
transformarse y recuperar pluralismo mediante un combate que se
encontrará con feroces resistencias, tanto internas como externas.
Ni los intereses internos ni los poderes políticos y mediáticos
externos facilitarán la operación. Por otra parte, la falta de
instrumentos intelectuales que no sean la estadística electoral o la
repetición del mantra laclausiano es un importante obstáculo
epistemológico al necesario autoanálisis que deberá realizar la
organización para superar su crisis y encarar una nueva época una
vez superadas la provisionalidad y la excepción permanentes.
La
“buena” noticia es que la crisis en la España y la Europa actual
sigue siendo irrepresentable y que Podemos sigue siendo el nombre de
la incapacidad por parte del sistema de representar y legitimar la
crisis. La crisis no es un mero desajuste de un automatismo económico
o político, sino el resultado de la resistencia social del nuevo
trabajador flexible y precario que, tras la crisis del
neoliberalismo, afirma sus necesidades de reproducción material
frente a la deuda y la austeridad. La crisis generada por esa
resistencia no está resuelta y se expresa, al menos desde el
principio de la primera década de este siglo, en movimientos
sociales más o menos visibles o más o menos sordos y discretos, a
través del 15M o de formas paradójicas de representación política
cuyo cometido fundamental es bloquear toda posibilidad de
representación y justificación política de la crisis. La mejor
muestra de esta desrepresentación dentro de las formas de la
representación política es la irrupción en las últimas Cortes de
una nueva generación, portadora de un lenguaje y un estilo marcados
por el 15M y la cultura de la precariedad.
Existe
dentro de Podemos o se expresa a través de Podemos un potente
rechazo a la crisis y a la representación. Existe también – no
cabe ignorarlo- una potente tentación « gobernista »,
una voluntad de gestionar y representar la crisis en alianza con
partidos « respetables ». La contradicción entre estas
dos almas es inevitable, pues es el nervio de la paradoja constituida
por un partido que lleva a la esfera de la representación la voz y
hasta los cuerpos de quienes gritaban el Sol hace apenas cuatro
años : “que no nos representan”. Será necesario todo el
saber de un físico como Pablo Echenique para orientar la necesaria
reorganización en clave de pluralismo y complejidad, de este
complejo y paradójico espacio político.